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Amando de Miguel

Las lenguas del mundo

Dalila Tremarías (Venezuela) quiere saber cómo se puede definir un “idioma de comunicación” y por qué solo hay diez o doce en todo el mundo. Otra pregunta: “Cuando la lengua familiar es de comunicación ¿hay que aprender otra?”. Nueva duda: “¿No sería mejor poder disponer del esperanto?”. Y por fin: “¿Por qué el idioma oficial de la Unión Europea tendría que ser el inglés?”. “¿No podría ser el latín?”
 
Vamos a ver si respondo brevemente a tan interesantes curiosidades. Un idioma de comunicación es el que lo aprenden muchas personas que no lo tienen como familiar. Por definición, no puede haber más que unos cuantos en esa categoría: inglés, francés, alemán, español, italiano, ruso, árabe y muy pocos más. El chino mandarín o el japonés son idiomas muy extendidos pero no son de comunicación. Después del inglés ─y a mucha distancia─ el idioma de comunicación que progresa más es el español, quizá a la par del francés y el alemán. Si uno tiene la suerte de poseer como familiar un idioma de comunicación, lo mejor será que aprenda otro, por lo menos para entenderlo. Con mayor razón si la lengua propia no es de comunicación. El esperanto ha tenido la oportunidad de ser la lingua franca del mundo civilizado y no lo ha conseguido. El inglés es hoy la auténtica lingua franca del mundo. Nadie se subiría a un vuelo internacional cuyo piloto no supiera una palabra de inglés. Al latín se le pasó su hora, y es una pena. El próximo Concilio de la Iglesia Católica se desarrollará seguramente en inglés, seguido de lejos por el español y el italiano. Muchos idiomas se contentarán con su función intra muros.
 
Hablando de los idiomas un poco a trasmano de la gran corriente indoeuropea, Roger Masson Gómez (Barcelona) se preocupa por el origen del finlandés y el húngaro. Se pregunta don Roger si hay algún parentesco entre ambas lenguas. El finlandés o finés procede de la voz finn con que se designa en noruego a los lapones. Los finlandeses llaman a su lengua suomi. Pero en español resultaría ridículo decir “el suomi”, casi tanto como decir “el euskera”. El finés no tiene ninguna relación con los idiomas escandinavos; tampoco con el ruso. Es una especie de isla lingüística. También lo es el húngaro, que ellos llaman magyar. En su origen es una lengua que trae una tribu errante que procede de Siberia. Luego recibe influencias del esloveno, el latín y el alemán. La palabra coche es de origen húngaro. Desde luego, no hay ningún parentesco entre el finés, el húngaro y el vascuence. O yo lo ignoro, vamos.
 
Dany Suárez (Santiago, Chile) acaba de leer el Quijote (a sus 38 años) y está encantado. Es para congratularse. Algo hemos conseguido con el IV Centenario. Me pregunta, don Dany, por “el castellano del mañana”. Es muy difícil anticipar el futuro, más todavía que explicar el pasado. Un dato esperanzador es que hoy la comunicación a través de la internet es tan completa que el español no se disgregará. Aun así, el español de España será una parte cada vez menor del conjunto hispanohablante. Sobre todo porque algunos españoles van a decidir dejar de serlo y de aprender castellano escrito. Lo más probable es que la Real Academia de la Lengua tenga una sede itinerante en distintos países.
 
F. Ojeda continúa la polémica sobre la pertinencia de opinar sobre los asuntos lingüísticos. No quiere que malinterprete sus palabras. No está en contra de que yo opine sobre la lengua, pero debo abstenerme de hacerlo sobre Historia de la Lengua. Transcribo su pensamiento: “Por supuesto que se puede opinar sobre lo que uno quiera, pero resulta más sensato hacerlo sobre cuestiones que son opinables. Por ejemplo, sobre si es mejor escribir botepronto o bote pronto. No lo es, por el contrario, opinar sobre simples hechos que son los que son y continuarán siéndolo independientemente de las opiniones que se puedan expresar sobre ellos. La etimología y la Historia de la Lengua no son, en efecto, ciencias exactas, pero están mucho más cerca de esa exactitud de lo que piensa la mayoría de las personas no versadas en esas disciplinas”. Tengo mis dudas de que la Historia de la Lengua (o de cualquier otro aspecto de la vida humana) permita esa exactitud científica. Pero es que, incluso en las Ciencias Físicas, caben las opiniones, los paradigmas o hipótesis que se basan en la intuición y que evolucionan como ideologías que son. La Historia de la Ciencia es la de fuertes polémicas entre los científicos y los que no lo son. Recuérdese la teoría de la evolución de Darwin o la polémica entre la concepción copernicana y la heliocéntrica. Con mayor razón en las ciencias humanas. La Ciencia de las Etimologías se presta a lucubraciones inacabables, no digamos la discusión de lo que significa la “lengua propia”.
 
Luis A. Rubio (Alicante) es abogado y comparte conmigo (y con otros muchos libertarios) la afición y la devoción por la lengua común. Agradezco su piropo: “Es un placer seguir casi a diario sus palabras, vertidas con [ilegible] sin la etiqueta de la profesión; eso es lo que le hace tan libre”. Seguramente “libre” no viene de “libro”, pero a mí me gusta pensar que las dos voces están emparentadas.

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