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Agapito Maestre

La XV Cumbre Iberoamericana

En realidad, a nadie le importa una higa esta reunión, porque los acuerdos a que pudieran llegarse no crean obligaciones reales ni establecen posibles sanciones para quienes no los cumplan

Aunque Fidel Castro al fin no vendrá a la cumbre de Salamanca, esta noche he soñado que soñaba. Veía al dictador Castro balbucear ante un público que lo abucheaba como a Zapatero el día del desfile del 12 de octubre. Veía al dictador Chávez sonreír nerviosamente como si la cosa sólo fuera con el comemierda de su compadre. Los gritos arreciaron contra los dos y, después de caldearse el ambiente, los observé salir a escape hacia sus respectivos aviones. Querían regresar a sus escondites sin despedidas ni zarandajas. Sólo Castro consiguió llegar hasta su avión sin despertar sospechas. Chávez prefirió esconderse en un cuarto con Bono, mientras amainaba el temporal.
 
Transcurrida una hora de charla entre Bono y Chávez, éste llamó por teléfono a Castro, quien esperaba muy nervioso iniciar el vuelo de vuelta para Cuba. A las dos horas quien llamo a Chávez fue Castro para transmitirle cierta intranquilidad, porque no le daban el permiso correspondiente para despegar del aeropuerto de Salamanca. Bono no le dio importancia al asunto y tranquilizó a Chávez con paparruchadas sobre la saturación del espacio aéreo. Lo cierto es que, después de cuatro horas, volvieron a hablar por teléfono Chávez y Castro. Ya no estaba presente Bono, quien se había ausentado a maquinar contra Zapatero, y pudieron hablar con más sinceridad. Castro creía que le habían aplicado algún convenio internacional sobre crímenes contra la humanidad y, de un momento a otro, pasarían por allí a detenerlo. Chávez le daba ánimos y le recordaba que no se preocupara, porque Garzón, el juez dado a esas cosas, aún estaba en EEUU Sería, en verdad, sólo un problema de tráfico aéreo…
 
Me desperté sonriente, pero confieso que nunca perdonaré a la máquina de las obras de Ruiz Gallardón que me despertaran de mi placido sueño. No me permitió saber cuál era el final. Me conformo, en cualquier caso, con que estos sujetos reciban un aviso como el de mi sueño para que no vuelvan a salir de sus escondrijos. Sólo si pasara algo parecido a lo que acabo de anotar saldría de mi absoluto escepticismo sobre los trabajos de esta Cumbre.
 
En realidad, a nadie le importa una higa esta reunión, porque los acuerdos a que pudieran llegarse no crean obligaciones reales ni establecen posibles sanciones para quienes no los cumplan. O sea, excepto al Gobierno que pretende un poco de publicidad, nadie tiene muchas expectativas sobre el acontecimiento. Incluso el presidente de Colombia, en un rapto de sinceridad y buen sentido democrático, ha llegado a decir que este tipo de reuniones sólo sirven para hacer turismo presidencial. Sí, sin duda, es un escape para evadirse unos días a los presidentes de sus responsabilidades presidenciales, pero, por desgracia, también será una oportunidad nada desdeñable para que los más populistas hagan propaganda de sus infames proyectos. Estoy convencido de que Castro, el dictador sanguinario, y Chávez, el dictador payaso, convertirán ese foro en el principal soporte para propagar sus miserias revolucionarias para esta comunidad sin que nadie sea capaz de pararlos en seco. Y eso es, precisamente, lo grave, que no haya nadie con coraje e inteligencia para decir basta. Silencio o a su casa. La medida, que no “principio”, de no injerencia en la política de regímenes dictatoriales es algo peor que una inmoralidad. Es un apoyo cómplice y perverso a una de las dictaduras más sanguinarias de la historia de América. Dejar hablar a Castro en Salamanca es colaborar con su terrorífica dictadura.

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