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Jorge Vilches

Bono vs. ZP

La mención constitucional de la nación no es su partida de nacimiento, pues una reforma de aquella podría ser su acta de defunción

El zapaterismo se encuentra en una situación muy difícil porque ha hurtado al partido de sus referente socialdemócrata y nacional. Mutilada en su identidad histórica, una parte del PSOE se siente herida, y opina y protesta a pesar de la orden de silencio de Zapatero. Así, la vicepresidenta del gobierno dice que el Estatuto de Cataluña no es una reforma constitucional, y Alfonso Guerra que sí. Es, con claridad, una crisis del partido gobernante cuya resolución afectará al régimen de la Constitución de 1978.
 
Las dos posturas que se muestran en el PSOE, que encierran un proyecto de partido y de España, las representan el presidente Zapatero y el ministro Bono. En realidad, es la continuación de un conflicto que comenzó con el fin del hiperliderazgo de González, el cual dejó al descubierto un partido ideológicamente descolocado, y articulado por líderes regionales muy dispares.
 
Las diferencias que ahora protagonizan Zapatero y Bono no son una cuestión baladí, sino que atañen a los pilares mismos de la convivencia democrática. ZP, por un lado, no siente aprecio por la nación ni por los símbolos de España, y declara que su patria es la libertad –Espronceda, perdónale–. Acusa a quienes hablan de la unidad nacional de ser “talibanes” de la nación. Quiere ser el jefe de una “nación de naciones”, y baraja “ocho fórmulas mágicas” –alguna con tinte totalitario– para definir a las regiones y nacionalidades que quieran ser una nación. Pero no le importa redefinir estas creencias si así se lo pide algún partido nacionalista.
 
Bono encabeza la rebelión españolista en el PSOE. Sostiene su discurso en la constitucionalidad de la nación. Amenaza con dimitir si el Gobierno aprueba que el Estatuto de Cataluña incluya el término “nación”. Le acompañan otros socialistas influyentes en el partido, que de momento sólo apuntan a Maragall y a su Estatuto como los causantes de la crisis. Su problema es que derribar al presidente catalán y a su reforma estatutaria y constitucional arrastraría a Zapatero. La razón es que ha sido ZP el impulsor de la aprobación del Estatuto en el Parlamento de Cataluña, convenciendo a Artur Mas para que votara a favor.
 
A estas alturas parece claro que el PSOE hubiera sido muy distinto si Bono hubiera ganado el Congreso socialista del año 2000. Ahora que llueve indepentismo de punta, el manchego supera en las encuestas de opinión a Zapatero, precisamente según insiste en su discurso de defensa de la nación española. Pero aún así, Bono se equivoca al ligar la existencia de la nación española a su inclusión en la Constitución.
 
La mención constitucional de la nación no es su partida de nacimiento, pues una reforma de aquella podría ser su acta de defunción. Las distintas constituciones que en nuestro país ha habido no han creado la nación, sino que la han reconocido como sujeto preconstituyente. Las Cartas Magnas cambian, la nación permanece. Así ha sido en España y en el resto de Occidente desde la revolución norteamericana. Esto lo sabían nuestros liberales del XIX, que entendían que por encima de Dinastías, formas de gobierno y la volatilidad de las leyes estaba la nación. La nación no es una convención, sino un sentimiento de identidad común histórica, basado en la solidaridad. Y dentro de la misma caben las disidencias, los regionalismos, las autonomías y las culturas diversas. Caben, incluso, y aquí está su grandeza, Zapatero, Maragall y Carod-Rovira.

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