Menú
Amando de Miguel

Topónimos, gentilicios y nombres propios

Son tan corrientes como interesantes las variaciones que se encuentran en torno a los nombres geográficos, colectivos o personales. Ahí va un ramillete de comentarios por parte de la grey libertaria. (A estas alturas no habrá que decir que “libertario” es aquí una palabra exclusiva de la jerga de esta seccioncilla).
 
Eduardo Fungairiño me señala que en España hay topónimos que creemos de procedencia vascona o gascona pero que se encuentran por doquier. Luego es posible que procedan de un antiguo idioma ibero. El jurisconsulto aporta algunos ejemplos. Arán (= valle; Aranda, Aranjuez, Aramburo, y la reduplicación Valle de Arán). Ondara (= fuente; Fuenterrabía (Guipúzcoa), Ondara (Alicante), Fontibre (Cantabria). Añado que, en conversación con Serafín Fanjul, el arabista me asegura que Sierra Morena procede de la voz Mora que significa cerro o teso. En efecto, hay muchos topónimos por toda la Península, que llevan esa voz. Es muy posible que existiera un conjunto abigarrado de lenguas prerromanas y que el vascuence no fuera la más antigua.
 
Romualdo Molina sostiene que la cordillera que cierra por el norte el valle del Guadalquivir se llamó por los romanos Mons Marianus, que nada tiene que ver con María, la madre de Jesús. Lo de Marianus (hoy Sierra Morena) quizá provenga, según don Romualdo, de las lenguas ibéricas prerromanas. Ahora recuerdo que en la Geografía escolar nos enseñaban que esa cordillera se llamaba “Mariánica”.
 
Enrique González García-Ciaño me da la razón en la sospecha de que Países Bajos no proviene de la tierra ganada al mar como de la “tierra plana” (nieder lande). Da gusto cartearse con gente que sabe.
 
Antonio (“salmantino desterrado en Burgos por motivos laborales”) duda entre “salmantino” o “salamanqués”. Cualquiera de las dos formas puede servir, a cual más elegante. Salmántica es el nombre latino (o vaya usted a saber) de donde derivó Salamanca. Todavía podríamos decir “salmanticense” e incluso “charro”, aunque esa última caracterización procede más para la zona rural. No se quejarán de gentilicios los del Tormes. A Unamuno le gustaba “salamanqués”, más que nada por distinguirse.
 
Vicente Rodríguez (Cedar Park, Texas, USA) opina que está muy bien decir “americanos” para los habitantes de los Estados Unidos de América. No les cuadra lo de “estadounidenses” porque también están los Estados Unidos Mexicanos. Lo de “yankees” se refiere a los del Norte. Es una opinión respetable, aunque para un español pueda resultar confusa, pues América es un continente.
 
Jorge A. W-H de Irureta Goyena recoge el asunto de los nombres propios que se traducen, por ejemplo, Tomás Moro. Insinúa: “parece que tiene que ver con la popularidad del personaje”. Esa es mi opinión. Cuenta también la dificultad de pronunciar el nombre original. Es evidente que en español nos iba a ser muy difícil referirnos al genial descubrimiento de Niclas Koppernigk. Mejor, lo llamamos Nicolás Copérnico y todos nos entendemos. Él mismo, como escribía en latín, se hacía llamar Nicolaus Copernicus.
 
Javier Velázquez (Jerez) aporta un término que no recoge el diccionario de las hermanas García Gallarín, Deonomástica hispánica. Es el de carpetilla, una excavadora que deriva su nombre de la famosa marca Caterpillar (= crisálida). Esa imaginativa adaptación me recuerda que en El Egido (Almería) me señalaron una curiosa unidad de medida: el ebrillo. Es lo que cabe aproximadamente en el modelo pequeño del camión Ebro. Vamos a tener que hacer un Diccionario deonomástico libertario.
 
Adolfo Sánchez (Madrid, zaragozano de nación) sostiene que la palabra maño (habitante de Zaragoza) procede de “hermano”, no de tener “maña” (habilidad) como yo creía. Me ha convencido. Ahora caigo que los mexicanos dicen “mano” y “manito” con el mismo sentido cariñoso que los zaragozanos “maño” y “mañico”. De ahí que, desde fuera, a los zaragozanos los llamemos “maños”, como a los valencianos o a los rioplatenses “ches”.
 
Sergio Peña (Monzón, Huesca, nacido en Zaragoza) es de la misma opinión: “maño” equivale a “hermano” en el sentido cariñoso. En cambio, sostiene que “baturro” es un tanto despreciativo; equivale a “pueblerino”, “rústico”. Don Sergio me recuerda que a los de Huesca los llaman “fatos”; no sabe por qué. En opinión de Feliciano Llanas, cónsul de Huesca en la Sierra Norte de Madrid, “fato” es tanto como fatuo, engreído, presumido. Los oscenses dicen mucho esa palabra aplicándosela entre ellos sin una particular animadversión. Naturalmente, cabe “fatico”. Don Sergio me comunica algunas pequeñas dudas. Por ejemplo, si hay que decir “cueza” o “cuezca” del verbo cocer. Definitivamente, cueza. En Monzón se oye mucho lo de “ahora vengo” a tal sitio, en lugar de “ahora voy”. En mi opinión se trata de un catalanismo que ha penetrado en Huesca. Tampoco está tan mal. Todavía inquieta a don Sergio lo de “abrir (o cerrar) la luz” para “encender (o apagar)”. Si bien se mira, ambas construcciones son metafóricas. Una, cuando se abría o cerraba un interruptor en forma de llave o clavija. La otra, cuando se encendían o se apagaban los pábilos de las velas o candiles. Así pues, las dos formas son legítimas.
 
Malu Endero, ex alumno, sostiene que lo de “maño” procede del italiano. Unos prisioneros sicilianos, perdonados por un general aragonés (almogávar) ensalzaron a su libertador comomagno, pronunciadomaño. Es una historia muy bonita para los textos escolares, pero resulta poco verosímil. Apuntada queda.

En Sociedad

    0
    comentarios