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José María Marco

La Francia eterna

Dentro de pocos años habrá más pobreza, más marginación y por supuesto más violencia. Pero podemos estar tranquilos: el espíritu rebelde del alma gala no habrá desaparecido. Sobrevivirá, subvencionado, porque forma parte de la excepción cultural

Clemenceau, el Tigre, el vencedor de los alemanes en la Primera Guerra Mundial, proclamaba que “la Revolución es un bloque”. Quería dar a entender que los franceses debían sentirse orgullosos de toda la Revolución: de la declaración de los derechos humanos y del saqueo de los sepulcros reales de Saint Denis y las jornadas del Terror.
 
En la escuela francesa se recordaban como si fueran objeto de culto las jornadas revolucionarias de julio de 1830 (las “Tres Gloriosas”) las barricadas de 1848 e incluso la Comuna de 1870, cuando quemaron la alcaldía de París. Mayo 68 fue una explosión de energía juvenil y vitalista. De este largo rosario de salvajadas y estupideces elevadas a categoría de rasgo de identidad nacional, quedaba excluida la Fronda del siglo XVII porque sus protagonistas eran unos aristócratas a los que no les gustaba la monarquía absoluta. Demasiado reaccionarios.
 
Tal vez sea esa la suerte que se le reserve a la actual sublevación de los barrios “sensibles”. Pero en buena lógica, los franceses deberían sentirse orgullosos de este brote de rebeldía que demuestra una vez más que la Francia eterna, la eterna rebelde, no ha perdido su alma. ¿Qué pasará?
 
Los bienpensantes, que son casi toda la clase política, intelectual y periodística, andan dándole vueltas a cómo interpretar lo que está ocurriendo sin romper de una vez con el multiculturalismo. Francia había encontrado una forma ideal de no enfrentarse al problema de la integración de los inmigrantes musulmanes: hacer como si no hubiera conflictos entre el islamismo y la cultura occidental y dejar que la gente se pudra en los guetos de las afueras. El estallido de estos días muestra hasta qué punto el multiculturalismo y el relativismo son la forma moderna del racismo. Encontrarán la manera de salvarlo, ya lo verán.
 
El Estado, aparte de reaccionar tarde y mal en la defensa del orden público, ya ha anunciado las nuevas medidas. Según Le Monde, los “equipos de éxito escolar” que disponen de un presupuesto para ayudar a los jóvenes con dificultades (sin necesidad de dar cuentas de cómo utilizan los fondos públicos) pasarán de 175 a 750. Los tutores de los 70.000 jóvenes que han firmado “contratos de inserción en la vida social” (CIVIS) (sic) deberán encontrarles (a los jóvenes, resic) trabajo o formación ya, pero ya mismo. El programa “Pacto”, por su lado, permitirá a 100.000 jóvenes sin calificación acceder a la función pública sin pasar por las oposiciones. ¿Qué no les darán a los que tengan calificaciones o a los que no quemen coches?
 
En vez de empezar a reformar un Estado de bienestar cuya finalidad fundamental es defender los privilegios de los funcionarios y de quienes tienen un puesto de trabajo, marginando a más del 40 por ciento de los jóvenes inmigrantes, el gobierno francés se dispone a aumentarlo. Dentro de pocos años habrá más pobreza, más marginación y por supuesto más violencia. Pero podemos estar tranquilos: el espíritu rebelde del alma gala no habrá desaparecido. Sobrevivirá, subvencionado, porque forma parte de la excepción cultural.

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