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Fernando R. Genovés

El lío

¿Es esto un lío? Tal y como están las cosas, será mejor no consultar a un experto en Derecho constitucional o a la Complutense para interpretar la amenaza

Resulta a menudo tan ocioso como engañoso insistir en la gravedad de lo que está pasando en estos momentos en la Nación española cuando puede llegar a dejar de ser lo uno y lo otro. Mientras se está celebrando en pleno escenario la fenomenal tragicomedia, gran parte del respetable público no entiende ni pilla la trama. A pesar de todo, unas veces aplaude por automatismo, y otras, bosteza de puro aburrimiento. Aunque lo que se escenifica sea una gran farsa, el argumento que sirve de base es cosa seria, compuesto en secreto gran parte del mismo.
 
Mas, ¿cómo convencer a quien no desea saber la verdad, porque la teme o le disgusta? ¿Cómo competir con la doctrina oficial de esta sociedad tan limitadita, según la cual lo que queda bien es poner buena cara al mal tiempo y cara de póquer ante un tripartito de ases como si fuese un farol?
 
No me dirán ustedes si no es ridículo y lamentable intentar explicar las claves del asalto a la España democrática y del cambio de régimen sin garantías, que hoy tienen lugar entre nosotros, a un interlocutor que aparentemente nos escucha, mientras sonríe con condescendencia y se admira de la superioridad que supone no dar importancia a las cosas. Lo estupendo en la España de última hora es pedir, como Siniestro Total, ante todo, mucha calma. Y con esto ya está dicho casi todo.
 
Aquí, ni la oposición política parece haberle tomado la medida a la operación de desahucio nacional que se está oficiando ante nuestras narices. Como en el hundimiento de una nave que por lo visto ya no va, algunos se toman la cosa en plan filosofía zen y con una copa de cava, para que no digan de uno que es un radical y un político incorrecto. Tal vez por ello, el mesurado Mariano Rajoy repite incansablemente, solo ante el peligro, que lo que el actual Ejecutivo está cocinando con sus pinches es nada más y nada menos que un “desaguisado”, un “disparate”. Cuando se pone firme, añade: y además, un “lío”.
 
Aun siendo un buen parlamentario, ¿quién va a tomarse en serio a un líder de la oposición que se muestra exultante porque, dice, algunos influyentes socialistas incluso han hablado últimamente con él? ¿No resulta patético también que Josep Piqué celebre el presente panorama aduciendo que ahora es el PP el que representa en solitario los valores de la izquierda, o sea, la igualdad y la solidaridad? ¿No es desolador que desde las filas del PP se proclame sin rebozo que la única esperanza de parar el nuevo Estatuto de Cataluña reside en la rebelión interna que pueda producirse en el partido socialista? Si tan poca confianza tienen en sí mismos, ¿cómo esperan recibir la confianza de los votantes y el apoyo de un sólo grupo parlamentario? Según ha queda establecido por el realismo político, lo peor que puede pasarle a un político es ser odiado y/o despreciado.
 
En España, sigue vigente un acuerdo sedicioso, los Pactos del Tinell, firmado entre ERC-PSC-ICV, el 14 de diciembre de 2003, todavía apoyado por altas, y no tan altas, esferas del poder. Esto representa una absoluta anomalía política que de facto rompe las reglas de juego en una democracia, dejándola suspendida o en situación de stand by. Dicho compromiso proclama: "Ningún acuerdo de gobernabilidad con el PP, ni en la Generalitat ni en el Estado. Los partidos firmantes del presente acuerdo se comprometen a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad (acuerdo de investidura y acuerdo parlamentario estable) con el PP en el Govern de la Generalitat. Igualmente estas fuerzas se comprometen a impedir la presencia del PP en el gobierno del Estado, y renuncian a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales". La hoja de ruta del Ejecutivo socialista sigue en este plan.
 
¿Es esto un lío? Tal y como están las cosas, será mejor no consultar a un experto en Derecho constitucional o a la Complutense para interpretar la amenaza. Pero este columnista inexperto se atreve a señalar que el asunto está más que claro; obscenamente claro, añadiría. Las apuestas están ahora en el Parlamento español quince a uno. Y a ese uno se le pretende borrar del mapa, como a Israel. Así las cosas, ¿quién apuesta a caballo perdedor, si además está hecho un lío y duda entre salir a ganar o salir corriendo?

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