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Dispuestos a la derrota

Al Qaeda pierde la batalla política, al aumentar los regímenes en vías de democratización, y comienza a perder la batalla de los espíritus, al generar sus actos más y más rechazo

Tan inseguros estamos de nuestras políticas, tan carentes nos hallamos de voluntad de victoria que el derrotismo se hace patente por todas partes. Si se produce un triple atentado en Amman inmediatamente lo interpretamos como un paso más en la expansión del terrorismo islamista, olvidando que ya en 2001 asesinaron allí a un diplomático norteamericano y que en abril de 2004 trataron de hacer volar la sede de los servicios de inteligencia.
 
Al Qaeda no ha dejado de actuar desde que fue creada, como una plataforma que coordinase y diera sentido estratégico a un conjunto de grupos, con origen e historia propia, dispersos por todo el planeta.
 
La Guerra de Irak ha supuesto sin duda una movilización de recursos humanos. Muchos islamistas se han desplazado a ese país dispuestos a combatir o a inmolarse. Pero ni está claro que haya aumentado la plantilla terrorista, ni hay razones para pensar que ahora sean más fuertes que antes. De hecho la mayor parte de los atentados no responden a una lógica terrorista vinculada con una crisis nacional, la de Irak, sino a los fines propios de la organización: depurar el Islam de dirigentes corruptos.
 
El campo de batalla principal para Al Qaeda es el Islam y su éxito o fracaso se mide en el sentir de la comunidad musulmana y la evolución política de sus regímenes. En los últimos tiempos los cambios habidos van en su contra: giro diplomático y abandono de programas de destrucción masiva en Libia, consolidación del proceso democrático iraquí tras las primeras elecciones y el referéndum constitucional, retirada siria del Líbano y apertura de un proceso de transición, elecciones y avances democráticos en Palestina, pequeños pero simbólicos pasos hacia una mayor representatividad en Arabia Saudita y Kuwait y, por último, aislamiento internacional de Siria. Poco a poco la estrategia norteamericana va dando resultados, aunque falta tiempo para que estos cambios se consoliden.
 
Al Qaeda es consciente, a pesar de su fanatismo, de que la evolución de los acontecimientos va en su contra. Para evitar la consolidación del proceso tiene que aumentar la presión, provocar más y más atentados para desestabilizar los regímenes en vías de democratización. Para ellos cualquier experiencia que muestre la posible convivencia entre el Islam y la modernización occidental resulta intolerable y no tienen más opción que tratar de provocar conflictos civiles para revertir el proceso.
 
El triple atentado en Jordania es un ejemplo más. Este pequeño y pobre país se ha convertido, gracias a la labor de la monarquía hachemita, en un gran centro financiero y de negocios. Mantienen unas excelentes relaciones con Estados Unidos, Europa e Israel. Apoyan sin duda al gobierno democrático de Irak y al electo de la Autoridad Palestina. Demasiado para el también jordano Al Zarqawi, condenado a muerte por los tribunales de este país.
 
Estamos ante una huída hacia adelante del islamismo. No podemos confundir fuerza con intensidad. Al Qaeda incrementa sus acciones de forma desesperada, porque los hechos van en su contra. Más aún, como señalaba al-Zawairi, jefe operativo de Al Qaeda, a al-Zarqawi, jefe local, las acciones contra musulmanes se vuelven contra la causa islamista, porque la comunidad de los creyentes no puede entender que sea necesario el sacrificio de los inocentes. Lo estamos viendo en las calles de Amman, donde la gente sale a la calle para llamar cobarde a al-Zarqawi.
 
Al-Qaeda pierde la batalla política, al aumentar los regímenes en vías de democratización, y comienza a perder la batalla de los espíritus, al generar sus actos más y más rechazo ¿Por qué entonces este derrotismo? La respuesta no está en la calle árabe, sino en la falta de valores de Occidente.

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