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Victor D. Hanson

El cielo en la Tierra

Los europeos están convencidos de que su mundo cabe en un pequeño cielo igualitario en el que todo ciudadano de la Unión posea un trabajo garantizado por el Estado

La semana pasada, bandas de jóvenes musulmanes revivieron la intifada en París dejando la ciudad envuelta y humo fuego al más puro estilo de Cisjordania. Los puertos españoles estuvieron cerrados por un bloqueo de pescadores. Los barcos bloqueados fueron liberados sólo después de que los iracundos pescadores le sacaran al Gobierno más subvenciones para el combustible.
 
Mientras viajaba las últimas tres semanas desde Turquía a Portugal, me percaté de lo que ha cambiado Europa, de lo que algunos americanos idealizan como un nirvana de socialismo benevolente, sanidad universal y gratuita, y sofisticada alta cultura.
 
La gasolina cuesta de 4 a 5 dólares el galón. Los atascos y la polución son aun peores que en Estados Unidos. Aparcar en las ciudades es, por lo general, imposible. Los precios de casi todo, desde alimentos a ropa son en torno al 20% más caros que en Estados Unidos. La casa o apartamento media es más pequeña y, a menudo, más difícil de encontrar y cara que en Estados Unidos. Por último, no recuerdo ninguno de nuestros trenes que siga aún contando con retretes que evacuen directamente en las vías del tren.
 
A pesar de todas las bromas sobre los americanos gordinflones, los europeos en la calle parecen igual de obesos. La escasa ropa, los tatuajes y los anillos corporales de la juventud europea son tan reveladores de mal gusto como los vistos en los jovencitos americanos. Para un continente tan perturbado con la limpieza, se fuma en muchos restaurantes, autobuses, oficinas y aeropuertos, sin importarles mucho el bienestar de otros. Hacer cola sigue siendo un peligro, codazos y saltos peligrosos para colarse el primero en la taquilla o en el mostrador de la recepción, en una aventura de tintes hobbesianos en la que sobrevive solo el más bruto.
 
Los periódicos y revistas se regocijan por Katrina y el caos que le sucedió. Se ve por todas partes un no disimulado placer por el –supuesto– atolladero en el que se han metido los americanos en Irak. Y todo esto se ve en cafés donde proliferan las camisetas americanas, la música americana, los logotipos americanos y la publicidad americana.
 
Las premisas de una Unión Europea cada vez más osificada y no democrática son tan admirables en teoría como absurdas en la realidad. Con el colapso de la Unión Soviética y la retirada de miles de soldados del Ejército Rojo de la Europa del Este, los nuevos europeos se han proclamado unilateralmente como un cielo en la Tierra. Con esto quiero decir que los ciudadanos del continente sienten que ahora están exentos de la dura realidad que enfrentan miles de millones de simples mortales en Estados Unidos, China, India y Rusia.
 
La guerra es, por imperativo legal, algo obsoleto y relegado a otros seres más primitivos. Mientras que los europeos conceden a regañadientes que Estados Unidos les sigue subvencionando la defensa, el sofocón lo rechazan con la fe puesta en que, de todas maneras, Estados Unidos es belicoso por naturaleza y disfruta cazando enemigos imaginarios alrededor del mundo.
 
En la práctica, ese pacifismo ha ocasionado que se debilite la OTAN, con la esperanza puesta en que Estados Unidos siga asumiendo una parte cada vez mayor de sus costes y recursos humanos. Pocos aquí se dan cuenta de que finalmente han perdido la confianza de los americanos y, con ello, el deseo de su pueblo de no volver a sacarles las castañas del fuego con otro Milósevic, con Rusia en ascenso o con un Irán nuclear en el horizonte.
 
Las familias de 4 ó 5 miembros se consideran algo propio de los menos formados, los catetos o los pardillos que pueden permitirse perder el tiempo cambiando pañales y dando el pecho. Por contraste, el nuevo ciudadano europeo sin hijos está muy ocupado con los viajes, la buena comida, el sermoneo global y el devaneo intelectual.
 
Los mucho más prolíficos inmigrantes árabes y turcos son bienvenidos para recoger la basura y limpiar, pero ni hablar de matrimonios interraciales, integración o asimilación. Sin embargo, los europeos no se sienten intolerantes por eso. Después de todo, propagan por el mundo que son progresistas en cuestiones humanitarias como la pobreza global, los tribunales mundiales y el medioambiente.
 
Antes de la actual intifada de sus suburbios, los franceses pensaban que mientras los árabes musulmanes eran ciudadanos de cuarta en casa, esa vergüenza estaba más que compensada en el exterior con el tácito apoyo francés a Hamás y por venderles casi de todo a cualquier autocracia árabe.
 
El sueño utópico de la semana de 35 horas, de trabajo asegurado de por vida y de beneficios de la cuna a la tumba conduce a sus víctimas a una incómoda realidad. Los americanos, indios y chinos, al ser más competitivos, no tienen ese tipo de pretensiones. Mientras que Europa duerme se duerme en los laureles, los demás trabajan más duro y más tiempo produciendo cosas más baratas para un consumidor global cada día más exigente con los precios.
 
Detrás de las huelgas frecuentes, los disturbios urbanos y la ira contra Estados Unidos, está la cruda realidad de un sombrío crecimiento económico y del paro. Así que, a pesar de todo, el innegable avance de la Unión Europea, su premisa central de una igualdad y seguridad por orden del Gobierno, simplemente no funciona.
 
Los europeos están convencidos de que su mundo cabe en un pequeño cielo igualitario en el que todo ciudadano de la Unión posea un trabajo garantizado por el Estado. Entretanto, los otros – los desempleados, los inmigrantes musulmanes, los agricultores del Tercer Mundo que sufren por culpa de los subsidios agrarios europeos, y los ex aliados americanos– son olvidados o ignorados a conciencia.
 
Aunque sólo sea por el medio millón largo de americanos muertos en las dos guerras europeas del pasado siglo, deberíamos tener la esperanza de que este cielo por mandato del Gobierno funcione. Mientras tanto, aquí abajo en la tierra, habremos de resignarnos a que, en realidad, no será así.
 
©2005 Victor Davis Hanson
*Traducido por Miryam Lindberg

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