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EDITORIAL

Montilla o la intimidación

A estas alturas, la dimisión para Montilla ya no es una opción, es un imperativo

Sin descanso, como gato panza arriba. José Montilla, ministro de Industria y líder del PSC, ha vuelto este fin de semana a arremeter contra la cadena COPE, con más virulencia si cabe que en anteriores ocasiones. Fue durante la sesión de clausura de la IV Conferencia Nacional del socialismo catalán. La ocasión la pintaban calva para galvanizar a los suyos y para, ya de paso, mostrar públicamente que, no sólo no piensa desdecirse, sino que irá aun más lejos en el insulto y la descalificación de quiénes no piensan como él. A las ya consabidas, y casi obligatorias, invectivas contra el editor de Libertad Digital y el director del diario El Mundo, le sumó ataques al PP en la figura de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
 
Según Montilla, los populares Rajoy y Esperanza Aguirre, y cierta prensa –a los que bautizó como "derecha nacionalcatólica"– no hacen más que crispar a conciencia e inventarse conspiraciones y tramas ocultas en torno al 11-M. Dicho esto, terminó adobando el pastel con una referencia a la supuesta "caverna mediática" que se opone al Estatuto. Muy mal debe andar el inquieto y mitinero ministro cuando ha sacado del armario uno de los fetiches prohibidos del PSOE. Desde el cierre de la Comisión parlamentaria, no se han prodigado demasiado los mandarines socialistas con el 11-M, por lo que cabe suponer que si Montilla ha echado mano de él es que se encuentra muy nervioso. Otra referencia antológica del mitin fue comparar la oposición que el PP está llevando a cabo actualmente con la de hace diez años, oposición que para Montilla fue modelo de "crispación política y descalificación". Ni una cosa ni la otra fueron necesarias entonces, ni lo son ahora. El PSOE gobernando se descalifica solo, sin ayuda de nadie.
 
Exactamente igual que el propio Montilla, que debería presentar su dimisión de inmediato por dos motivos que, en otro país, hubiesen constituido un gran escándalo. El primero es que el todavía ministro regulador del sector audiovisual no tiene bien claro que ni debe ni puede seguir vilipendiando a una cadena de radio y a un periódico, por el simple hecho de ejercer su sagrada libertad de expresión. Como no lo entiende y sigue erre que erre con sus ataques, no le queda salida más honrosa que dimitir, ya mismo, sin esperar a que le vuelva a tentar su furor liberticida, que volverá a hacerlo. El segundo es que, el todavía mandamás del PSC, no se entera o no se quiere enterar de que su partido está envuelto en un embarazoso caso de financiación ilegal. ¿O acaso pensaba que pedir un crédito y no pagarlo es muy distinto a lo que hacía Fali Delgado en Ferraz y Galeote en Filesa?
 
Cualquiera de las dos tiene entidad suficiente para hacer que el ministro dimita sin más dilación. No es digno de ocupar un cargo de tanta importancia, porque ha cometido la imperdonable ligereza de insultar e intimidar a periodistas y medios de comunicación que son críticos con su Gobierno. Eso no se ha visto en ninguna democracia civilizada y sí es, en cambio, tristemente habitual las repúblicas bananeras y democracias de pacotilla. Cada día que pasa y Montilla sigue siendo ministro, nuestro país se aleja más de las primeras y se acerca más a las segundas. Tampoco es digno de ocupar un alto cargo en un partido político que ha pedido y no ha devuelto mil millones de pesetas de una caja de ahorros que, a su vez, espera del Gobierno un trato de favor en una gran operación financiera. Este mes que ha sacado a la luz lo peor de un ministro impresentable sólo puede terminar con el fin político de ese ministro. A estas alturas, la dimisión para Montilla ya no es una opción, es un imperativo.   

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