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Jorge Vilches

¿Quién crispa?

Hoy, “crispación” es como define el gobierno Zapatero la labor natural de la oposición política e intelectual.

El gobierno Zapatero debe estar seriamente preocupado por su futuro electoral. El conjunto de maniobras que ha puesto en marcha revela a un Ejecutivo nervioso y carente de ideas. Los socialistas no ven cómo detener la caída libre en las encuestas. Y para intentarlo han decidido utilizar la alianza estratégica que mantienen con los medios de comunicación afines.

El objetivo es mostrar una supuesta comunión perfecta entre el Gobierno y la ciudadanía. Para lograrlo, resucitan viejas noticias en las que los socialistas consiguieron la movilización popular contra el gobierno Aznar, como fueron el Prestige y la guerra de Iraq. El sentido de esta maniobra va más allá de hacer oposición a la oposición: se desea reverdecer la sensación de que el PSOE es la voz de la ciudadanía, y viceversa. La imagen que se quiere proyectar es la de un Ejecutivo que no miente y en el que se puede confiar. Los socialistas saben que su gobierno genera incertidumbre, y que esto resta votos.

Esta imagen de afinidad entre Gobierno y ciudadanía va acompañada de la publicación de sospechosas encuestas de opinión, en las que el PSOE, de repente, toma ventaja en cuanto a intención de voto, y que señalan al PP como el responsable de la crispación. La crítica y la alternativa aparecen, en consecuencia, como el mal que envenena la vida política española, aquello que perturba el democrático devenir de la España plural. Y no sólo el PP y Rajoy han de ser señalados, sino que ha de castigarse a los medios de comunicación que, también, vaya por Dios, crispan. De esta manera, salen estudios de audiencia más que dudosos -el EGM- respaldando la consigna: los medios afines suben, y los críticos bajan.

Pero, ¿quién crispa? Entre el año 2002 y el 2004, el PSOE crispó la vida política española con insultos, apedreamientos, asaltos, amenazas y agresiones. Y paseó en manifestaciones tomándose del brazo de independentistas y comunistas que, ahora, le avergüenzan tanto que ya les están buscando sustituto. Los socialistas han demostrado que no sólo se crispa desde la oposición, sino también desde el Gobierno: con el terrorismo de los GAL, los casos de corrupción diarios, incumpliendo las condiciones de Maastrich, llevando soldados de reemplazo en 1991 a la guerra del Golfo; o insultando a las víctimas del terrorismo, desamparando y ocultando el caso Guadalajara, negociando con ETA, desenterrando de forma vengativa la Guerra Civil, tolerando los ataques a la libertad de expresión o patrocinando el desguace del orden constitucional y de la nación española. La comparación de esta “crispación” con la generada por el PP no deja muy bien parado al PSOE.

Hoy, “crispación” es como define el gobierno Zapatero la labor natural de la oposición política e intelectual. Porque confunden crispar con movilizar a la opinión pública, que es la tarea normal que todo partido desempeña en una democracia si quiere llegar al poder algún día. Quizá para algunos sea difícil distinguir la crispación de la movilización; posiblemente porque en Cuba, Venezuela o Marruecos –¡Ah! ¡Esos modelos tan edificantes!– el poder sólo permite la adhesión inquebrantable.

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