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Victor D. Hanson

La galería política

Podemos entender mejor el dilema de los demócratas tanto en asuntos nacionales como exteriores observando la crítica creciente que proviene de la base conservadora del Presidente.

Bill Clinton era frustrante para sus críticos republicanos. Pasó la reforma de la asistencia social, libró una guerra preventiva contra Slobodan Milosevic sin la aprobación ni del Congreso ni de la ONU, además de controlar el gasto federal. Por eso a los desesperados conservadores les fue muy difícil demostrar que, a pesar de esos éxitos, Clinton fuese en el fondo un compasivo derrochador de dinero público. En su lugar, al final lo acusaron de ser un tenorio mentiroso por sus numeritos sexuales. Pero acabó con mayor nivel de aprobación que los republicanos que sacaron adelante su impeachment.

Del mismo modo, el George Bush detestado por la izquierda vuelve cada día más locos a los demócratas.

Veamos la economía. En el primer mandato de Bush, el Presidente disparó el déficit federal. Pero esos números rojos no eran porque hubiese demasiado poco dinero entrando en caja. En realidad, el continuado crecimiento de la economía produjo más ingresos anuales para Hacienda que los producidos antes de los recortes de impuestos de Bush. Este año hay un aumento espectacular del 14,6% en ingresos federales.

En realidad, el verdadero responsable fue el gasto federal a manos llenas del primer mandato de Bush. Sin contar ni la guerra ni la seguridad nacional, el presidente aumentó los subsidios federales en un promedio de casi el 9% anual, firmando grandes cheques como la ley educativa “Que Ningún Niño se Quede Atrás” -“No Child Left Behind Act”- y el nuevo aumento de medicamentos recetados con Medicare. El presidente no vetó ni una sola propuesta de gasto.

De modo que, ¿qué puede hacer un demócrata defensor del gobierno grande para anotarse puntos contra un presidente que ha dejado muy por detrás a Bill Clinton al triplicar sus incrementos del nivel de gasto federal?

Los demócratas lo han intentado con la historia de los “recortes de impuestos para los ricos”. Pero entonces... ¿cómo es que casi todos los americanos han conseguido alguna reducción fiscal y que la mayoría de los que más ganan siguen pagando más del 50% de sus sueldos en impuestos cuando se suman los impuestos federales, estatales, locales y el cheque de la Seguridad Social? Además, el desempleo y los tipos de interés siguen bajos mientras que el gasto de los consumidores y el PIB están por las nubes.

Los demócratas se enfrentan al mismo tipo de dilema con relación a Irak, aunque la guerra sea impopular en estos momentos. Ellos no son los tradicionales aislacionistas estilo Lindberg que quieran quedarse en casa. A la mayoría de ellos hay que reconocerles el mérito de no ser adustos realistas que creen que sólo debemos preocuparnos del trato que los rufianes dispensan a los americanos en el extranjero en lugar de cómo tratan a los sus propios ciudadanos.

Así es que, en privado, los demócratas admiten que, aunque la decisión de ir a la guerra haya podido ser demasiado ingenua o idealista, no se ha hecho simplemente por interés propio.

Y ya que los precios de la gasolina se han disparado después de lo de Irak, los demócratas difícilmente podrán usar el argumento de “No más sangre por petróleo” como consigna propagandística. Desde que Israel se retiró de Gaza, tampoco pueden aducir que libramos una guerra como tomando el lugar de Israel. Y como las tropas americanas ya se fueron de Arabia Saudí, poca justificación les queda ya para ir afirmando que la Administración busca la hegemonía perpetua en el Golfo Pérsico tan rico en petróleo.

Siendo progres, ¿son tan cínicos los demócratas como para decir que los árabes, a diferencia de los europeos del Este, los asiáticos o los latinoamericanos, no están preparados para la democracia? Siendo admiradores de John F. Kennedy, ¿se van a quejar ahora de que necesitamos lidiar con el mundo tal como es y no como soñamos que pudiera ser?

Podemos entender mejor el dilema de los demócratas tanto en asuntos nacionales como exteriores observando la crítica creciente que proviene de la base conservadora del presidente. Para aquellos en la derecha dura, Bush se está convirtiendo en alguien incómodamente progre e idealista, en otras palabras, se parece demasiado a un demócrata.

En política interna, muchos de los defensores de la “economía de la oferta” y los liberales norteamericanos lo acusan de ser una derrochador que vive engañado pensando que el gobierno federal puede resolver los problemas sociales sólo con repartir más dinero.

En asuntos exteriores, los paleoconservadores como Pat Buchanan piensan que Bush es un imperialista neoconservador y los realistas como Brent Scowcroft, Consejero de Seguridad Nacional de George Bush padre, sostienen que el Presidente es un soñador idealista.

Pero pese a que curiosamente George W. Bush está haciendo muchas cosas que un demócrata podría haber hecho, su base social no le abandona. Ven progreso en Irak (una guerra por la que la mayoría de demócratas en el Congreso votó antaño a favor). Saben que la economía es fuerte y que el déficit está empezando a bajar. Y, de todas maneras, no tienen a quién más acudir.

Entonces, ¿qué es lo que les espera a los desconcertados demócratas? Exigen paz pero en realidad no tienen a ningún futuro candidato en esa línea. Elogian la valentía del congresista de Pensilvania, John Murtha, pero no votan siguiendo su ejemplo. Hablan de retirada pero no proponen un calendario ni tampoco recortan la financiación de la guerra.

Algunos siguen lloriqueando eso de que los ricos cada vez son más ricos y los pobres son más pobres, pero hay muy poca exigencia real por parte de los demócratas para que se aumenten los impuestos y las subvenciones federales.

Por eso, en lugar de un verdadero debate o de un programa alternativo, lo que tenemos es más de lo mismo, la misma vieja historia: coranes en el retrete, culpar al gobierno federal de las inundaciones en Nueva Orleáns o supuestas trolas cortesía de Scooter Libby;  siempre esperando la remota posibilidad de que algún delito menor pueda convertirse en un delito grave al estilo Mónica Lewinsky. Todo para disimular la incapacidad de los demócratas para ofrecer un extenso programa alternativo.

Si Karl Rove ha copiado toda la libreta de jugadas y estrategias de Dick Morris, ex consejero de Clinton, entonces los frustrados demócratas de la Cámara y el Senado se han moldeado a imagen y semejanza del malhumorado Congreso republicano de 1998, nadando contracorriente... y todos sabemos quién ganó esa confrontación al final.

Mientras tanto, la economía sigue viento en popa, los iraquíes siguen votando  y los exasperados demócratas siguen escarbando.

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