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Álvaro Bardón

Dictadura sin gorra

En la enseñanza media se ha implantado una verdad oficial de programas, textos, pruebas, inamovilidad docente y directores a dedo, que Mao, Stalin y Hitler envidiarían.

En la dictadura con gorra se fortaleció en Chile la libertad económico-social y su extensión natural, la propiedad. Esto sucedió después de décadas de despojo, hasta que el Estado se quedó con todo, discriminando entre ciudadanos, sectores productivos y aun nacionalidades. El dictador con gorra le dio propiedad (más libertad) a la gente, y terminó con arbitrariedades como las de los precios, cuyo control, además de ruina, significaba corrupción.

Nuestros posteriores dictadores (sin gorra) aumentan impuestos, controles y programas discrecionales, quitándonos libertad. El enorme Estado reparte corruptelas, gastos reservados y contratos al margen del mercado y de la igualdad de oportunidades, y hace favores a grupos de electores variados, invocando propósitos de igualdad o culturales.

Con el royalty minero, favorecerán a “intelectuales” y “académicos” de colmillo largo, y castigarán a los extranjeros, como cuando los viejos dictadores (sin gorra) denunciaban el imperialismo, además de regularlo todo, violando la libertad de emprender, lo que en esta dictadura (sin gorra) se observa a diario. De nuevo, para hacer algo, “hay que estar a buenas con la autoridad”.

Entre los impuestos internos, regulaciones, inspectores y permisos, ¡adiós libertad! ¿Para qué la queremos, por lo demás, si la dictadura sin gorra nos protege de todo riesgo y nos da felicidad? “Aquí se hace lo que yo mando”, y todos sabemos que el Congreso “vale hongo”. A los partidos les damos plata, y la política cerrada garantiza las reelecciones, en la línea del binominal, enclave de la dictadura que nos asegura gobernar al menos unos 15 o 20 años. El Poder Judicial, con un pitazo, se coloca en la fila. Son valientes con los enfermos de 90 años y muy creativos, como con el secuestro permanente o aquello de que “no podía menos que saber”.

El de la gorra abrió las universidades, pasando de 90.000 a 600.000 estudiantes, y los sin gorra hacen esfuerzos por cerrarlas. En la enseñanza media se ha implantado una verdad oficial de programas, textos, pruebas, inamovilidad docente y directores a dedo, que Mao, Stalin y Hitler envidiarían. En vez de economía, enseñan socialismo, y en educación cívica, cuentos antiliberales. La mala calidad es reconocida, así como la entrega de valores perversos, antiahorro, trabajo, esfuerzo, responsabilidad y libertad, emprendimiento y riesgo, pareja o propiedad. Copian e imponen toda la gama de inutilidades de protección, antidiscriminación, antidrogas y antitodo lo que implique desarrollo libre, en el afán totalitario y antinatural de igualarnos, esfuerzo que siempre concluye en dictadura y ruina, tipo Cuba o los viejos comunismos.

Hay una prédica antivalores, antipoblación, antirreligiosa y de Ministerio de la Cultura que no se vio en la dictadura con gorra. Aquella, a pesar de la extrema represión política, entregó el poder, en una suerte de “alternancia” que ahora tiende a desaparecer. El dictador sin gorra interviene abiertamente con toda la plata, cargos y poder del nuevo Estado gigante y, al parecer, quiere derogar la alternancia: los concertados sin gorra ya están durando lo mismo que los que la tenían.

“Al que asome la cabeza, duro con él... Fidel... duro con él”, decía la canción. Es lo que han hecho con Lavín, Soledad, Insulza y, ahora, con Piñera. Es imperdonable que éste tenga éxito porque ha sido estudioso, inteligente, trabajador y emprendedor. Mejor alguien poquita cosa, igualito, que no destaque, burócrata, nacional o internacional.

¡No más dictaduras en Chile, con o sin gorra!

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