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El asaltador de tumbas

Los militares saben muy bien que el Ministro anunció nuevos ceses en el Congreso, con nombres y apellidos, y que luego tuvo que envainar la navaja ante un serio aviso de la nueva cúpula.

Era difícil de conseguir, pero Bono ha logrado superarse a sí mismo. Si miserable fue su intervención ante el Pleno del Congreso para dar cuenta del accidente del Yak-42, su intervención de ayer en el Senado sólo puede ser calificada de canallesca. En su ansia por rentabilizar políticamente hasta el último gramo de dolor humano, Bono arremetió con furia contra un PP recrecido electoralmente. Era como si haciendo sangre en el adversario pudiera lavar con ella las traiciones que todos le conocen en su propia casa. Pero en realidad, su intervención le descalifica como ministro de Defensa, como político y como persona.

Nunca la demagogia había adquirido en nuestro Parlamento una forma más pura. Nunca el dolor de unas familias que perdieron a sus seres queridos había sido arrojado de forma tan descarnada como arma para destruir al adversario político. Nunca el informe de un accidente aéreo había sido utilizado de forma tan retorcida para reabrir heridas del pasado y buscar responsabilidades políticas debajo de cada resto humano. Bono removió hasta el último despojo para ensaetar a su adversario, hizo todo tipo de insinuaciones calumniosas contra el anterior Gobierno y fue despiadado, sanguinario y cruel hasta el extremo con su antecesor en el puesto.

La intervención de Bono, cegado por su instinto político asesino, abrió sin embargo varios interrogantes sobre su propia actuación en el caso. El más grave de ellos fue la contradicción entre una macabra relación de negligencias y su empeño en responsabilizar de todo al PP salvando así a los militares. Pero los militares saben muy bien por qué Bono cesó a la anterior cúpula militar, aunque el ministro mintiera públicamente negándolo, y saben además que fue una injusticia. Los militares han sido los únicos que han pagado responsabilidades por este accidente, cuando su único delito fue cumplir disciplinadamente las órdenes de sus superiores. Los militares saben muy bien que el Ministro anunció nuevos ceses en el Congreso, con nombres y apellidos, y que luego tuvo que envainar la navaja ante un serio aviso de la nueva cúpula. El Ministro debería saber además que cuanto más se recrea en el fango, más salpica a las propias Fuerzas Armadas, por mucho que él pretenda dejarlas al margen.

La segundo cuestión es la afirmación del ministro, varias veces repetida, de que nuestros soldados ahora sólo viajan en compañías de aviación civil nacionales. Sin embargo, parece que las compañías españolas no siempre están en disposición de viajar a determinados teatros de operaciones donde los ejércitos españoles desempeñan sus misiones y que, en ocasiones, se siguen empleando compañías extranjeras. El ministro haría bien en preguntar sobre este punto a sus subordinados para evitar posibles sorpresas.

Finalmente, si algo quedó probado en las investigaciones del accidente es la incapacidad del EMACON, con su actual estructura, para controlar adecuadamente la logística de las operaciones. Lo más efectivo que podía haberse hecho para evitar en el futuro un accidente de esta naturaleza es dotar al recién creado Mando de Operaciones de una capacidad adecuada de logística operativa; justo lo único que no se ha hecho en la última reforma.

Quienes desde la derecha ven en Bono una especie de elefante blanco que puede en última instancia salvar a la patria del desastre, deberían leer con atención el acta de la Comisión de Defensa del Senado para entender que políticos como él constituyen en realidad una amenaza aún mayor para la democracia que la que pretenden evitar.

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