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Juan Carlos Girauta

Mitad de partida

Monserrat Tura dijo haber sido mal interpretada y añadió que el gobierno del PP había hecho lo que tenía que hacer: habría sido muy razonable plantearse la suspensión, pero los de Aznar asumieron acertadamente el riesgo de mantener la convocatoria elector

Más allá de las declaraciones de principios, a CiU le interesa que el proceso estatutario fracase. Es algo objetivo. También le interesa que dicho fracaso aparezca como responsabilidad de otro. Si hay nuevo estatuto, Maragall se perpetuará en el poder, envejecerá en él, habrá demostrado fehacientemente que todas las prevenciones convergentes a la hora de forzar la máquina institucional eran injustificadas, que Pujol se limitó a practicar, tal y como denunciaba el PSC, la estrategia alicorta de la queja permanente para arañar competencias y recursos. Caerá sobre los nacionalistas declarados (los otros lo son sin declarar) el sambenito de la falta de visión y de ambición. Maragall, en fin, eclipsará a Pujol en el imaginario catalanista. Y se desmentirá la vieja teoría convergente según la cual Cataluña no podía ser gobernada por un partido de obediencia española sin renunciar a lo que un nacionalista considera irrenunciable.

Sin embargo, si el proceso se aborta sin que el tripartito pueda culpar a CiU –o, lo que es lo mismo, pudiendo CiU culpar al PSOE– se reforzará la tendencia al alza de la formación de Artur Mas y se confirmarán todas y cada una de las prevenciones del nacionalismo declarado acerca de los socialistas, así como la insensatez e incoherencia de ERC por haber desalojado a CiU del poder mediante un pacto inútil y contra-natura.

En tales condiciones, Maragall ni siquiera podría ser candidato del PSC en las próximas autonómicas. Lo sustituiría –salvo que quieran estrellarse del todo– Montserrat Tura, con mucho la mejor gestora del gobierno catalán y la que mantiene un contacto más estrecho con la ciudadanía. Tuve ocasión de recordarle recientemente a la consellera de Interior una sombra en su pasado: la afirmación de que el gobierno del PP habría urdido una suspensión de las elecciones generales, montaje desmantelado por el Rey. Y ahí llegó mi sorpresa; ante los micrófonos de COPE Barcelona, Monserrat Tura dijo haber sido mal interpretada y añadió que el gobierno del PP había hecho lo que tenía que hacer: habría sido muy razonable plantearse la suspensión, pero los de Aznar asumieron acertadamente el riesgo de mantener la convocatoria electoral. Así que ya no hay sombra.

¿Fracasará el proceso o no? ¿Se retirará el proyecto de las Cortes o saldrá adelante? De momento, lo único importante que ha pactado el cuatripartito con el gobierno tiene que ver con la lengua, asunto en el que el nacionalismo viene avanzando sin apenas oposición dentro de Cataluña, o con una oposición marginal. Fenómeno difícil de explicar desde fuera si se atiende a la rotundidad de la estadística: la mitad de los catalanes tiene como primer idioma el castellano. Sobre los otros asuntos polémicos –nación, justicia, financiación, bilateralidad, relaciones internacionales– aún no hay acuerdos. Con la mosca maragaliana detrás de la oreja del PSOE y con una CiU interesada en hacer reventar el proceso por la vía del maximalismo, puede que el acuerdo no llegue nunca. A ver.

En España

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