Ayer, sucumbí abatido durante todo el día, no era para menos. Y es que llegué a caer en la repugnante patraña contra Casa Nostra que maquinó un libelo de Madrit. Ya saben, me refiero a la atroz añagaza que ingeniaron esos discípulos del mentor de Los Protocolos de los sabios de Sión, al postrer detritus destilado por sus mentes enfermas para afrentar a nuestras autoridades. Es indignante, su vil catalanofobia sobrepasa lo patológico y no se contiene ante límite alguno. Pues lo de esos ruines agitadores de la Meseta ni tiene nombre, ni perdón de Dios, ni atenuante en el Código Penal.
Pergeñar infamia tan rastrera demuestra que su vitriólica inmoralidad pugna a diario por coronar las más pestilentes simas de lo inaudito. Qué estigma, haber de compartir licencia fiscal con semejante chusma; una gentuza capaz de propalar la artera insidia de que la Generalidad se dedica a violar el secreto médico por mor de San Pompeu Fabra. Qué disgusto. En vela hube de pasar toda la noche, hasta que el faro de la verdad –el del Llobregat no pudo ser, pues sólo se edita los viernes– serenó mi espíritu, tras alumbrarme, de madrugada, en un quiosco de las Ramblas.
Qué contraste, qué elegancia, qué saber estar en su sitio, qué fidelidad al refranero (“A palabras necias, oídos sordos), qué colorines. Qué alivio abrir el periódico de Franco y descubrir que nada hubo. “La detención del dueño de dos carnicerías de Vilanova deja a los musulmanes sin la carne de la fiesta del sacrificio”, denuncia a cuatro columnas una Marisol García. “¿Le digo a mi hijo que han sido policías o que el cordero se ha escapado?”, protesta en sumario destacado cierto Aitxi, al parecer muslime tan devoto como irritable. Veamos, según reporta otro plumilla que acompañaba a Marisol, causante única de tan molesto incordio ciudadano fue la “policía española”. Respiro aliviado: se confirma que los Cuerpos de Seguridad de Japón, Australia y la República Democrática del Congo todavía no se han desplegado en Vilanova i la Geltrú.