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Eduardo Ulibarri

El disparo del arma migratoria

En la oposición a la propuesta hay que distinguir, al menos, dos frentes. Uno es el de los antiyanquis viscerales, a los cuales no hay que prestar demasiada atención. Pero el otro, crucial, lo integran los países a los que más perjudicaría el muro

¿Habrán tomado nota el Capitolio y la Casa Blanca de que los países más afectados por cualquier endurecimiento de la política migratoria de Estados Unidos serían sus más sólidos aliados en América Latina? La Cámara de Representantes, al menos, pareciera no saberlo. De lo contrario, no habría aprobado el 15 de diciembre, por 260 votos a favor y 159 en contra, ampliar el muro fronterizo con México y convertir en delitos penales la contratación de inmigrantes indocumentados o su permanencia ilegal en el país.

Esas cláusulas, introducidas como enmiendas al proyecto (más liberal) sobre “protección fronteriza, antiterrorista y control de la inmigración ilegal”, solo entrarán en vigencia si las respalda el Senado y las sanciona el presidente George W. Bush. En circunstancias normales, serían rechazadas, por el grave daño que harían a las relaciones hemisféricas y a la propia economía estadounidense y porque golpearían directamente a la numerosa y poderosa minoría hispana. Sin embargo, dado el amplio margen de la votación, el celo con que la defienden influyentes grupos conservadores y la creciente vulnerabilidad del partido Republicano de cara a las elecciones de medio período, en noviembre, no se puede descartar la aprobación final.

Pero aunque tal cosa no ocurriera, el caso ya se ha convertido en otro obstáculo para las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, precisamente cuando, dado el ímpetu de la izquierda neopopulista en la región, son más urgentes las vías de entendimiento y colaboración.

En la oposición a la propuesta hay que distinguir, al menos, dos frentes. Uno es el de los antiyanquis viscerales, a los cuales no hay que prestar demasiada atención. Pero el otro, crucial, lo integran los países a los que más perjudicarían el muro y los nuevos “delitos” migratorios. Sus más altos representantes diplomáticos se reunieron el lunes 9, en México, para oponerse a la eventual medida, analizar sus implicaciones y plantear la necesidad de políticas migratorias integrales.

Además de los anfitriones, allí estuvieron Belice, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá y República Dominicana; posteriormente, se añadió Ecuador: casi un Who is who de los más firmes aliados estadounidenses en el continente. Para muchos de ellos el tema es, casi, de supervivencia. Por ejemplo, México recibió 20.000 millones de dólares por remesas el pasado año; en Guatemala sumaron casi 3.000 millones; en El Salvador, 2.839 millones, el 16,6% de su PIB.

Las magnitudes relativas de otros países andan cerca, lo mismo que la importancia de Estados Unidos como receptor de empleo, muestra de que necesita a los inmigrantes. Por algo su Cámara de Comercio se opone al endurecimiento.

A esto hay que añadir los catastróficos efectos de eventuales deportaciones masivas sobre las economías de la región y su seguridad interna. Basta tomar nota de cuánto incide el regreso forzado de pandilleros juveniles sobre las llamadas maras, uno de los más serios desafíos de guatemaltecos, hondureños y salvadoreños.

Es decir, el muro y la penalización no solo conducirían a conflictos diplomáticos. Peor aún, debilitarían agudamente las economías y el tejido social de los países que, hasta ahora, han estado más cerca de Washington.

¿Quiere decir lo anterior que lo que ocurra a futuro en asuntos migratorios depende, exclusivamente, de Estados Unidos? De ninguna manera: muchas de las adversas condiciones que conducen a la “expulsión” de población se originan en la crónica incapacidad de muchos estados para crecer vigorosamente, con estabilidad y buena distribución de la riqueza. Por esta doble responsabilidad, la única opción para encontrar soluciones firmes y eficaces es la colaboración y coordinación mutuas, y el reconocimiento de que los flujos migratorios son un fenómeno de doble vía, acelerado por la globalización.

En lo inmediato, la prioridad es frenar la opción represiva del muro y los delitos. En ello, Washington debe oír a sus leales aliados. Pero el eventual éxito en esta tarea debería ser, apenas, el comienzo de mejores soluciones a largo plazo.

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