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Jorge Vilches

Ultimátum por las palabras

Si la Constitución ha de ajustarse a los tiempos después de 27 años, ¿por qué no principios, sentimientos o ideas, como nación española y soberanía nacional, que cuentan con algunos cientos de años?

Hemos visto a Zapatero someterse a las durísimas invectivas de alumnos de bachillerato, y deambular por el concepto de nación. ¿Aguantaría las preguntas de un foro libre, sin intervenciones pactadas? ¿Se atrevería a decir que la nación es meramente un “conjunto de personas unidas”? ¿Respondería que la reforma constitucional acordada con los antisistema es el resultado de la “democracia deliberativa y transparente”? ¿Diría que la negociación con ETA es un “proceso de paz”? ¿Podría argumentar que la ley de partidos es “restrictiva”? Es probable que sí, porque no hay nada más que lo que se ve: ha llegado a su techo intelectual. Y por si algo no quedara claro, terminaría diciendo que él retiró las tropas de Irak. Bien. No hay lugar para la decepción. Quizá es que esperamos mucho de nuestros políticos.

Zapatero y el PSOE tienen un objetivo: el poder. No es ilegítimo, ni ilegal, sólo lo pueden ser los medios para conseguirlo. La estrecha vinculación a las posturas y al discurso del cuatripartito marcan las decisiones y las declaraciones del Presidente y de los ministros. Por ejemplo, el católico y español Bono no pierde oportunidad para borrar de los lemas e himnos militares toda referencia a Dios y a España, como si el bloque anticlerical y autodeterminista que forman IU y ERC se lo hubiera dictado.

Por esto resulta chocante que el Presidente dé un ultimátum para la negociación de la reforma del Estatuto catalán. Si busca el efecto de un golpe de fuerza, el de un puñetazo sobre la mesa, para mostrar que tiene criterio propio, ha fracasado. Como si la opinión pública pudiera creer a estas alturas que el gobierno socialista es capaz de imponer algo al cuatripartito. Prueba de ello es que ZP se ha aventurado a dar su definición de nación: “conjunto de personas unidas por un vínculo y una historia común, que quieren vivir de una forma unida”, sin que el pasado importe, sino el “vínculo de futuro”. Está muy bien, sí, ya lo creo.

Tal definición, desconocida hasta hoy en la historia del pensamiento político, nos indica por dónde va el “ultimátum”. ZP define así la nación porque quedará incrustada en el preámbulo del Estatuto catalán. Se trata de vaciar de contenido la palabra, relativizar el concepto para que sea digerible por los que aún sostienen la “E” de “español” en las siglas del partido. Nos anunciará que existe una “nación constitucional”, la española, y “naciones culturales” que responden a sentimientos. Porque la nacionalidad española no es más que una entelequia jurídica, un quítame allá ese artículo, un lastre del pasado. Si la Constitución ha de ajustarse a los tiempos después de 27 años, ¿por qué no principios, sentimientos o ideas, como nación española y soberanía nacional, que cuentan con algunos cientos de años? Bienvenido a la modernidad.

Hay cierta política que relativiza las palabras y su significado, las acomoda para encajarlas en un discurso blando, manejable, dúctil, como esa típica conferencia que el “intelectual” avispado coloca en un congreso tras otro. Siempre interpretable y jamás comprometido. Y sirve para casi todo, incluso para presidir un Gobierno.

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