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Juan Carlos Girauta

Misterio

Es asombroso que nadie haya reparado en las virtudes del “no” cuando se trata con nacionalistas. El simple y modesto no. El honrado, el oportuno no de instituciones legítimas impelidas a autodisolverse o vaciarse de sentido.

Sólo hay una cosa más molesta que la estomagante ración diaria de estatut: la probada incapacidad de la Nación para detenerlo a tiempo, su impotencia a la hora de enfrentarse a la dinámica centrífuga desencadenada por cuatro mindundis bravucones. Es asombroso que nadie haya reparado en las virtudes del “no” cuando se trata con nacionalistas. El simple y modesto no. El honrado, el oportuno no de instituciones legítimas impelidas a autodisolverse o vaciarse de sentido. El no administrativo o político, el intachable no de los demócratas frente a creativas y ocurrentes propuestas que se la meten doblada a la Constitución, a la igualdad de todos ante la ley y a la solidaridad. ¿Poner en solfa la soberanía nacional? Pues mire usted, no. ¿Inventar improbables y nuevos sujetos soberanos? Lo sentimos, no. ¿Reformar el marco institucional en contra de los representantes de medio país? Que no, que no. ¿Bilateralidad España-Cataluña? No. Sería incluso aceptable la negativa de los graciosillos: va a ser que no.

Ignoramos qué es lo que falla, no se nos alcanza el origen de esta carencia léxica. España tiene todo lo que hay que tener, un Tribunal Constitucional y una Agencia Tributaria, diecisiete autonomías y un Rey, una Audiencia Nacional y un Tribunal de Cuentas, un Ejército y un Consejo de Estado, un Congreso, un Senado, un lugar en la Unión Europea, en la eurozona y en la OTAN, un brillante octavo puesto, acaso séptimo, entre las potencias económicas del mundo. Pero nuestros dirigentes e instituciones no saben decir no. En catalán se dice igual: no. Aunque a Mas y a Carod y a Maragall también se les puede contestar: puja aquí dalt i balla, o demà m’afaitaràs. Igual lo entienden mejor.

Vale que Piqué se mimetice con el entorno, se arrugue, se rile o se autosugestione y empiece a verle las ventajas al artefacto intervencionista e inconstitucional que va a establecer una nueva soberanía nacional más pequeña y menos garantista. Vale que la prensa local dependa de las subvenciones y que el empresariado no quiera problemas (aunque por esta vía los tendrán mucho mayores). Pero qué pasa con un Ibarra que salta de alegría, un Bono que no dimite, unos medios de comunicación nacionales –a izquierda y a derecha– que alientan o disimulan el final de la democracia que conocemos, unas Cortes que se han especializado en la rendición. Se coloca la lengua en el paladar superior y se pronuncia la ene; luego se forma un círculo con los labios y sale una o: ene, o. No. Pues nada, no hay manera.

En España

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