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Jorge Vilches

El PP ante el espejo

quizá sí sea el tiempo de hacer proposiciones más ambiciosas sobre un modelo territorial cerrado constitucionalmente, una nueva ley electoral, una nueva articulación de las instituciones representativas, o el blindaje de los derechos individuales

El PP piensa promover un referéndum sobre qué es España, porque otra cosa no es el preguntar sobre el Estatuto catalán. ¿Está de acuerdo con que somos una nación de naciones o, por el contrario, una sola nación? ¿Una reunión de pueblos, acaso, unas naciones que tienden a la confederación? ¿Cuáles son las motivaciones de esa nación, esos sentimientos? ¿Nada más que un artículo constitucional y una cuestión de solidaridad económica?

Si el referéndum saliera adelante, que no va a ser así, ¿qué campaña electoral tendríamos? Oiríamos una retrospectiva sobre la historia de “las dos Españas”, la que se resiste a los cambios desde la Ilustración, y la progresista-republicana cívica-socialista, que ha luchado desde hace 500 años por una comunidad de ciudadanos libres. El rechazo al Estatuto en el referéndum aparecería entonces como una especie de intento de golpe de Estado, de freno al progreso democrático del país, y un apoyo al PP. Y esa izquierda crítica, inquieta por la marcha de la nación, antes que eso preferiría quedarse en casa o votar que sí al Estatuto.

La izquierda aprovecharía los enormes complejos de la derecha, pues no tiene empacho alguno en presentarse tal cual es, como Azaña dijo en 1932: “a mi me llaman sectario en todas partes. Pero bien, yo no lo rechazo”. Y es que en realidad, lo que está detrás del referéndum y de la polémica provocada por Piqué es la cuestión de la articulación de la derecha española, de esos liberal conservadores que, a veces a escondidas, andan por España. No me refiero solamente a la existencia de una organización partidista jerarquizada, con un único discurso, sino a contar con un proyecto político completo, reconocible, uniforme y plausible para el país.

No es la primera vez que la derecha liberal pasa por una situación de desconcierto. Cánovas sufrió la disensión de Francisco Silvela y del general Martínez Campos, que abandonaron el primer partido conservador. Tras su fracaso, y a duras penas, el proyecto de Cánovas dio cuerpo a una organización que aglutinó a los liberal conservadores de todo el país bajo un líder, un programa político acorde con su base social y una idea de España. Asesinado Cánovas por un anarquista en 1897, fue precisamente Silvela el que se hizo con el partido, le cambió el nombre, el programa, el discurso e improvisó una idea sobre la regeneración española. Fracasó estrepitosamente, en todos los sentidos, y con la nunca bien ponderada ayuda de la izquierda, fue la cuenta atrás del régimen liberal de la Restauración, el más longevo de nuestra historia contemporánea.

El modelo de la Constitución de 1978 parece que ha comenzado también su cuenta atrás. Es la hora de que la derecha, asumiendo la responsabilidad histórica y social que le da su representación, se mire al espejo. Está en juego el sistema democrático más fructífero que nos hallamos dado. Es necesaria, por tanto, una reflexión, porque hay que asegurar una alternativa sólida al PSOE. Y no se trata de que el PP se haya cerrado supuestamente las posibilidades futuras de colaboración con CiU, y que por ello tenga que adoptar un liderazgo débil, un programa a gusto de los nacionalistas y la idea de la España plurinacional. No, pero quizá sí sea el tiempo de hacer proposiciones más ambiciosas sobre un modelo territorial cerrado constitucionalmente, una nueva ley electoral, una nueva articulación de las instituciones representativas, o el blindaje de los derechos individuales sobre la base del principio de igualdad de todos los españoles. Por esto, el texto presentado por los “barones” territoriales del PP, cerrando filas entorno a un líder y una idea, puede ser un buen primer paso.

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