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Carlos Semprún Maura

La firmeza del melocotón podrido

El resultado de todo esto es tan evidente como vergonzoso: la censura islámica se está imponiendo cada vez más abiertamente en los medios y en las mentes occidentales favorecida por el miedo, no por el respeto.

La palabra clave estos días para definir la política europea en diferentes y candentes problemas es firmeza. Firmeza ante Irán, firmeza ante Hamas, firmeza ante la ofensiva del general invierno y hasta firmeza contra el paro, en ciertos países. Pero cuando se pasa de las palabras a los hechos, todo queda en agua de borrajas. ¿Qué sanciones se ha tomado contra Irán, cada vez más engreídos sus dirigentes con sus amenazas nucleares? Ninguna. En cuanto a Hamas y al peligro mundial del islamismo radical lo trataré aparte próximamente, para limitarme hoy a un aspecto grotesco pero harto significativo de esta guerra de nuevo tipo: reunidos en Túnez, diecisiete países musulmanes exigen castigos ejemplares contra Dinamarca y Noruega, porque en un diario danés –¡el pasado mes de septiembre!– se publicaron caricaturas de Mahoma, reproducidas luego por un semanario noruego.

Los musulmanes sí que han tomado medidas: han llamado a sus embajadores en Dinamarca, boicotean los productos escandinavos, se manifiestan violentamente, etcétera. Una vez más la prensa y la clase política europea se raja, y después de haber defendido hipócritamente el sacrosanto principio de la libertad de expresión y condenado de boquilla la intolerancia, todas las intolerancias, se arrodillan y piden perdón a los islamistas. El diario danés “culpable”, el Jyllands-Posten, pidió perdón en árabe y en primera plana. Algo parecido ha hecho el semanario noruego Magazinet, que reprodujo las viñetas. El primer ministro danés, Rasmussen, se felicitó oficialmente de que el periódico se rajara, y en este concierto generalizado de cobardía y autocensura no podía faltar Javier Solana, quien proclama que todos los países de la Unión Europea condenan cualquier expresión o acción que “intente demonizar una religión”. Pero en la práctica resulta que la única que hay que respetar es la coránica. Los mismos acusaron de lo mismo a Salman Rusdhie por su novela “Los versículos satánicos”, y se dijo que bien merecida tuvo su fatwa.

Porque cuando los islamistas, no ya en su prensa –que insulta y condena impunemente a las otras religiones y a todos los infieles, empezando por los judíos– sino en sus acciones, dinamitando e incendiando sinagogas e iglesias –como ocurrió en París, por ejemplo, a finales de los años setenta en la sinagoga de la calle Copernic con 17 muertos, o estos días dos iglesias cristianas en Irak y, entre estos dos atentados, decenas de otros en muchos otros países–, ¿quién ha exigido de las autoridades religiosas y políticas islámicas que respeten las demás religiones? Nadie. En cambio, hoy, vemos como todos, o casi todos, se unen a la intolerancia musulmana, para exigir respeto al Islam, que no respeta a nadie, ni siquiera el musulmán de la acera de enfrente, como se ve con los asesinatos entre sunitas y chiítas, por ejemplo. El resultado de todo esto es tan evidente como vergonzoso: la censura islámica se está imponiendo cada vez más abiertamente en los medios y en las mentes occidentales favorecida por el miedo, no por el respeto. Nadie respeta al Islam, pero demasiados lo temen. Nuestro amigo Campillo ha tenido suerte de publicar su excelente libro “El Islam para adultos”, dentro de poco no podría. Rusdhie –¿no se han fijado?– ya sólo podrá satanizar a Bush o a Oriana Fallaci; no se la va a publicar ni una palabra más. Así irá todo cada vez peor, porque cuanto menos se resiste a la inquisición islamista, más exige, y lo exige todo.

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