En retos como el de las caricaturas danesas se distingue el sentido de la Alianza de Civilizaciones, idea que salió de Persia igual que los arios, la nueva negación del Holocausto y la más reciente amenaza nuclear. Y también la manipulación de unas viejas viñetas, pantalla de humo y atizador de discordias.
Consiste la Alianza de Civilizaciones, entre otras cosas, en que Occidente disponga de un buen traidor para casos de apuro, capaz para agarrar de la manita a un integrista con corbata, marcarse unas vueltas como un derviche y saludar al respetable mientras se cuela por el vomitorio el fulgor de las llamas que devoran festivamente consulados y embajadas a la salud de la Convención de Viena. “Una forma desagradable de divertirse”, diría el ministro Alonso. El falso derviche prefiere no decir nada.
El abrazo a los fundamentalistas islámicos, como el morreo a los liberticidas latinoamericanos, se combina con creativas medidas de alejamiento de los Estados Unidos. Son estrategias de posicionamiento político que resultan del análisis y la reflexión de los think tanks del PSOE (hasta los gatos quieren zapatos), muy influidos por el pensamiento de Maradona.
Injustamente se acusa al lince monclovita de reeditar un apaciguamiento a lo Chamberlain. No hay tal. Es una dulcificación, un sosiego. Es llevar la sonrisa de Mister Bean, el asombroso mimetismo de Zelig, el miedo pánico y el silencio de los corderos al ámbito de las relaciones internacionales, enriqueciendo el concepto de geoestrategia y ensanchando los límites de la estupidez.
A la vista de las innovaciones procesales y penales introducidas en casa tras el oportuno empujoncito escalinatas abajo a la silla de Fungairiño –¡uy!–, qué no se le ocurrirá a Rodríguez cuando se pone ambicioso. Qué no tramará cuando, en sus horas de ocio, molicie y tedio, hace rodar lánguidamente el globo terráqueo junto a una mesa de madera noble, noblemente vacía de papeles.
No sólo la nación es concepto discutido y discutible. También lo es el crimen. Si nos empeñamos en seguir castigando al autor de la muerte de ochenta y dos personas, o al que voló el Hipercor, se nos puede pasar la oportunidad de rendirnos. Con lo gratificante que resulta ser alabado en los comunicados de la ETA.