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Cristina Losada

Fabio entre mil

En el frente doctrinal común que han formado ETA, el PNV, y miembros del gobierno como Caldera y de la Vega, esos niños están a punto de ser considerados víctimas de una guerra en la que no debe haber vencedores ni vencidos.

Fabio es una víctima de las técnicas modernas de lucha de minorías contra mayorías. Acabo de verle en fotos y en esos vídeos que los padres hacen de las fiestas de cumpleaños de los niños. Tenía dos años. Su padre era Guardia Civil en el País Vasco. En el coche que utilizaba únicamente para los desplazamientos familiares, los de ETA pusieron una bomba. Explotó cuando llevaba a Fabio y a su mellizo a la piscina. Su padre, herido, lo sacó deshecho. Quienes cobijaron a los asesinos vivían en Erandio. Apenas pasaron un año en la cárcel y cuando salieron, el Ayuntamiento se apresuró a darles trabajo. Los matarifes y sus cómplices eran, a fin de cuentas, de los suyos. Meros técnicos en explosivos, según el criterio actualizado de los sumos sacerdotes de la tribu.

He visto también imágenes, todavía enteros y vivos, de algunos de los siete niños cuyos padres le han escrito al gobierno. No reclaman la atención y la ayuda que no se les dio durante años, sino aquello, bien poco, que aún pueden arrebatarles: memoria, dignidad y justicia. Pues en el frente doctrinal común que han formado ETA, el PNV, y miembros del gobierno como Caldera y de la Vega, esos niños están a punto de ser considerados víctimas de una guerra en la que no debe haber vencedores ni vencidos. Como si ellos, y los otros mil asesinados, hubieran sido compinches de una banda que combatiera con medios análogos a los técnicos del tiro en la nuca.

¿Ha visto Zapatero "Trece entre mil"? El hombre que ha sido capaz de embaularse quinientas sesiones de "Bambi", bien podía dedicar una hora y media a visionar la cinta de Iñaki Arteta. Por mucho que el mundo fantasioso y chantilly de Disney le resulte más cercano que el de las víctimas de ETA. De ellas no está cada vez más lejos, porque nunca ha estado cerca. No asistió a su Congreso por faltarle el valor de mirarles a los ojos. No fue, porque las víctimas que le contrarían no son "de los suyos". Pues Zapatero es el último destilado de una izquierda sociológica que vaciada de ideas y principios se sustenta de un único nutriente: el odio al enemigo. Y éste no ha sido ni es, para esa casta, una banda terrorista que se cobija en los sótanos de la casa común. Enemigo es todo el que obstaculiza la extensión y duración de su poder, único punto cardinal de su brújula.

Dice Zapatero que le produce "rubor moral" hablar en nombre de las víctimas de ETA. Acto seguido y sin sonrojarse, habla en nombre de una de ellas. Una de las pocas que, prestándose a repetir las consignas de su partido, acusa a las otras: están manipuladas por la derecha. Derecha malvada, uh. Por eso se interponen en el camino hacia la gloria de Zetapé. ¡Prietas las filas de la tribu! Y, sin embargo, las víctimas son moderadas. No tenemos aquí una Cindy Sheehan, las madres de los niños destrozados no acampan junto a los muros de La Moncloa, en los medios no salen continuamente los padres y las madres, los abuelos, los tíos y los hermanos de los trece entre mil, para contar su historia y para decirles a los españoles que no es por ellos mismos, que ya lo perdieron casi todo; que es por la supervivencia de la democracia y la libertad que reclaman que el gobierno no premie de ningún modo a una banda terrorista.

Si ZP quisiera derrotar a ETA, sólo tendría que hacer una cosa: amplificar la voz de las víctimas. Pero está haciendo lo contrario. Y no le salen los colores.

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