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Agapito Maestre

Entre el pasado y el futuro

O Rajoy pone un poco más de pasión en su discurso o el personal seguirá anestesiado ante el PSOE, que quiere cambiar el régimen democrático por un Estado plurinacional determinado por el totalitarismo nacionalista.

El último día de la Convención del PP Sarkozy fue casi todo. Fue un modelo político. Las frases más rotundas, más bellamente políticas, que he oído en los últimos tiempos las dijo el político francés. Su intervención contribuyó tanto como sus anfitriones a mantener las ilusiones de millones de votantes del PP. Nada me cuesta menos que reconstruirlas, repensarlas y transcribirlas para entusiasmar a quien aún no tenga claro que la grandeza de la política depende casi siempre del atrevimiento de los políticos de raza, de quienes creen que sin el espacio público el hombre queda reducido a mera necesidad. Tres sentencias bastan para sintetizar la vida contenida en el discurso del francés: El político es audaz o no es. El político se enfrenta con audacia a la fatalidad o muere arrollado por la mediocridad. El político toma en serio la personalización del poder o queda reducido a ser un vulgar burócrata.

Mientras lo oía con gran disfrute, recordé los versos de Auden: "Los hombres privados en público / son más sabios y agradables / que los rostros públicos en privado." También, como no, recordé algún pasaje del grandioso libro de Ortega: "Mirabeau o el político".

El domingo vimos el poderío y la grandeza de la política, del político, que se presenta como tal sin esconderse en la faramalla de la tecnocracia y la administración. Muchos días de gloria seguirá dando este Nicolás Sarkozy a los ciudadanos de Europa. Daba gusto verlo hablar, gesticular y razonar. Magistral actuación. Decía cosas muy interesantes, llenas de matices y sugerencias, e incluso fue generoso con la dinámica sociedad civil española. Era evidente que para el político francés esa misma sociedad se merecía un gobierno diferente al de Zapatero. La sociedad española necesita un presidente de Gobierno que personalice, de verdad, el poder. Alguien que crea, como dijo Sarkozy, en "la unidad de España". Alguien que no dude de que "España es una gran nación".

Rajoy, y por eso estaba allí hablando Sarkozy de este modo, era el mejor representante de esa gran nación, que está al borde del colapso, porque un grupo de políticos sin personalidad, o peor, que han despersonalizado el poder de la Nación, han abandonado la Política con mayúscula, la política de la Nación, para sustituirla por la políticas de las "naciones" y aldeas. ¿Se hizo merecedor Rajoy de las expectativas creadas por su telonero Sarkozy? En cierto sentido, puede contestarse afirmativamente; pero, si nos fijamos en el estilo y algunos titubeos discursivos, Rajoy distó mucho de ser el político que anhelan no sólo millones de votantes del PP, sino otros cuantos millones de españoles (sic) que no quieren ya entregar su voto al PSOE.

Muchos, en fin, esperaban un Rajoy lleno de audacia y brillantez, un discurso lleno de pasión entre la inteligencia y la voluntad, para suturar la brecha abierta entre el pasado y el futuro, pero en su lugar nos hemos encontrado con un discurso correcto, bienintencionado y dialogante. Un digno discurso para una nación normal, pero España desgraciadamente no es, hoy por hoy, una nación normal sino un país a punto de fragmentarse. O Rajoy pone un poco más de pasión en su discurso o el personal seguirá anestesiado ante el PSOE, que quiere cambiar el régimen democrático por un Estado plurinacional determinado por el totalitarismo nacionalista.

Sin embargo, no sería honesto dejar de consignar que Rajoy puso lo mejor de su discurso al servicio de la nación española y contra el terrorismo, o sea, ofreció acuerdos al PSOE, pero siempre que su precio no sean las víctimas del terrorismo. El razonamiento no puede ser más limpio: "Eso no puede ser. Cometeríamos una indignidad. No lo digo por lo que han sufrido (las víctimas), que es mucho. El señor Rodríguez Zapatero no entiende que el principal problema de las víctimas no es de dinero (que está bien) ni de compasión (que está muy bien). Es una cuestión de dignidad. Y no hablo sólo de la dignidad de las víctimas. Hablo de la nuestra, porque las víctimas representan a todos los españoles que podríamos estar en su lugar. Representan la agresión que ha sufrido la Nación española, que ha sido y sigue siendo el objetivo de los asesinos. Lo que defendemos desde el respeto a las víctimas es nuestra propia dignidad. Por eso ni las olvidamos ni las olvidaremos."

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