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Cristina Losada

No hay mensaje en la botella

Mientras el PP añade guirnaldas a su discurso, descuida los pilares básicos: la reforma de la ley electoral; el cierre del Estado de las Autonomías; la recuperación de competencias que están siendo torticera e ilegalmente utilizadas.

La convención del PP ha sido un foro multipluricalifragilísticoespialidoso, un batiburrillo a la moda, una feria política en la que se habla de todo lo habido y por haber, sin que a la postre se sepa de qué iba la cosa. Han mantenido allí debates sobre inmigración, educación, energía, conocimientos, globalización, unidad, dependencia y qué sé yo, lo que da una mezcla de grano y paja difícilmente discernible. Algunos de esos temas espesamente aburridos son muy apropiados para un período de normalidad política, y justo ahí está la madre del cordero: el PP sigue funcionando como si aquí no hubiera ninguna novedad, señora baronesa, aunque a la vez pulsa el timbre.

Mientras suena la alarma, el PP se ha puesto a hermosearse con mil perifollos como para acudir bien maqueado al altar de las urnas, y que el electorado le dé el sí en razón de tales galas. Pero a los ciudadanos inquietos por la deriva destructiva del gobierno, los aderezos del tocado les traen al fresco. Lo que esperan del único partido que puede plantar cara a la ofensiva nacional-socialista, no es que se centre en el centro, espacio indefinido e indefinible, sino en lo esencial. Y que convenza a los que aún están en Babia, exceptuados los que babean ante la frígida sonrisa, que son caso perdido, de que nos estamos jugando algo de más trascendencia que la Champions.

Ante tanto follaje temático, es aplicable lo del arquitecto austriaco Adolf Loos, quien proclamó que la ausencia de ornamento es signo de fuerza intelectual. Su conferencia, que escandalizó a la sociedad vienesa, se titulaba "Ornamento y delito", y no voy a decir tanto, pero sí que tiene delito andarse por las ramas y generar dispersión, cuando la diana a la que hay que dirigir las flechas está a la vista. ¿O no? Es difícil sustraerse a la impresión de que el PP se resiste a verla en toda su crudeza. Como se resiste a tomar en serio a ZP, cosa que debe hacer, no porque ofrezca en su persona hondura alguna, sino porque es la figura tras la que opera una implacable voluntad de poder; el mascarón de proa de un proyecto que no por improvisado deja de tener raíz, y una de la especie totalitaria, que no conoce restricciones.

Cuando vienen con picos y palas a derribar un edificio, quien desee mantenerlo en pie no puede perder el tiempo elucubrando mejoras en la decoración. Pero mientras el PP añade guirnaldas a su discurso, descuida los pilares básicos: la reforma de la ley electoral; el cierre del Estado de las Autonomías; la recuperación de competencias que están siendo torticera e ilegalmente utilizadas. Tal vez cree todavía, iluso, que podrá pactar con partidos nacionalistas de derechas. Y es seguro que sigue siendo el partido del qué dirán, y el que se esfuerza por ser moderado con los inmoderados. Les disgusta que les llamen halcones, reaccionarios, radicales y de extrema derecha, y no acaban de asumir que está en la naturaleza de su adversario, y en sus intenciones, darles de latigazos hasta que los domen, y acaben sumisos y dóciles en el papel de los partidos campesinos en las extintas "democracias populares".

No extraña que fuera Sarkozy, que viene de un país donde la derecha no anda camuflada y de perfil, el que dijera cosas más claras y sencillas. Sintético y fácil de entender debía de haber sido el mensaje de la Convención. Pero después de tanta verborrea, no se sabe qué mensaje lleva la botella que ha lanzado al mar el PP.

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