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Ignacio Cosidó

Crisis moral

La familia es sin duda el instrumento más poderoso para enderezar tendencias que se están volviendo cada vez más peligrosas

Una niña de cinco años se debate entre la vida y la muerte en un hospital por la paliza que le dio el “compañero sentimental” de su madre. Más allá de la negligencia de las administraciones para proteger a una pequeña que venía siendo sistemáticamente maltratada, el hecho merece una reflexión de fondo sobre qué está pasando en nuestra sociedad para que ocurran sucesos tan espantosos. Se puede pensar que Alba es un caso aislado, pero por desgracia no lo es tanto. El número de mujeres maltratadas no ha dejado de crecer en los últimos años, a pesar de todos los esfuerzos legislativos y administrativos para tratar, sino de acabar, al menos contener esta repugnante lacra social.
 
La situación parece especialmente explosiva entre nuestros jóvenes. En colegios e institutos se multiplican las agresiones verbales y físicas a los profesores. Incluso entre los más pequeños se practica el “bulling”, una forma de acoso entre compañeros que ya ha llevado a algún chaval al suicido. Ahora se ha puesto de moda grabar peleas y palizas en los móviles para recrearse viendo escenas violentas. Los jóvenes se reúnen por miles en algunas ciudades, en lo que se denominan macro-botellones, con el lúdico objetivo de ver quién se emborracha antes y con más intensidad. El consumo de drogas lejos de disminuir ha aumentado considerablemente entre nuestros jóvenes en los últimos años. En las ciudades se multiplican los actos vandálicos, como pintadas o destrozos de mobiliario urbano. Las peleas entre pandillas rivales terminan en algunos casos con victimas mortales. Es injusto generalizar, pero tampoco conviene obviar que este consumo abusivo de alcohol o drogas o la inclinación a la violencia son fenómenos lo suficientemente generalizados como para pensar sobre ellos.
 
Tampoco estamos ante un problema estrictamente juvenil. Los malos tratos en el ámbito doméstico son multigeneracionales, especialmente de hombres a mujeres, pero también con casos de padres a hijos, de hijos a padres e incluso a las personas mayores. El consumo de drogas o alcohol no es tampoco algo estrictamente juvenil y afecta también a personas más adultas. En los hospitales crecen también el número de agresiones al personal sanitario.
 
En relación con el sexo hay a su vez algunos hechos que resultan inquietantes. Los casos de pedofilia no han dejado de crecer, favorecidos por el uso de las nuevas tecnologías de la información. El turismo sexual, que en muchos casos incluye la prostitución infantil, es otro fenómeno en alza no sólo en nuestro país sino en todo el mundo. España tiene más prostitutas que Alemania, con menos de la mitad de la población de este país. La mayor parte de estas prostitutas son extranjeras, muchas de ellas en situación ilegal y algunas explotadas por redes dedicadas al tráfico de seres humanos. La pornografía es uno de los negocios más lucrativos y extendidos en Internet.
 
La conclusión de todo ello es que estamos inmersos en una crisis de valores morales que lleva a actitudes sumamente negativas no sólo para los individuos que las practican, sino para el conjunto de la sociedad. No se trata de imponer una moral basada en creencias religiosas que no tienen por que ser compartidas por todos, incluso aunque sean mayoritarias en una sociedad. Se trata de aplicar principios que tienen que ver con la dignidad humana, con el respeto a la Ley, con la convivencia democrática y con los valores de la libertad, la justicia y la solidaridad que fundamentan nuestra civilización.
 
Es obvio que no es suficiente con promulgar leyes más restrictivas sobre el consumo de sustancias psicotrópicas o de represión de comportamientos violentos, aunque esas leyes puedan ser necesarias. Tampoco basta con que las administraciones públicas sean más diligentes y eficaces a la hora de hacer cumplir estas normas básicas de convivencia, especialmente cuando esos comportamientos antisociales atentan contra los derechos de los demás ciudadanos. Estamos ante un problema que trasciende lo político y cuya solución requiere una acción conjunta de toda la sociedad. La familia es sin duda el instrumento más poderoso para enderezar tendencias que se están volviendo cada vez más peligrosas.
 
Los poderes públicos, sin embargo, tienen la obligación de liderar a la sociedad para recuperar y practicar estos valores. Es obligación del Estado proteger y defender a la familia y no crear aún mayor confusión moral convirtiendo en matrimonios realidades respetables, pero que no son tales. Es obligación del Estado devolver a las escuelas e institutos valores como la autoridad del docente, la disciplina, el esfuerzo, la responsabilidad y la búsqueda de la excelencia que van justo en dirección contraria a la contrarreforma educativa propuesta por el actual Gobierno. Es obligación del Estado promulgar leyes que aseguren la convivencia y los derechos de los ciudadanos y hacer cumplir esas leyes con eficacia para evitar cualquier sensación de impunidad. Es evidente que los políticos por si solos no pueden arreglar problemas que tiene en realidad una profunda raíz moral, pero no es menos evidente que políticas como las practicadas por el Gobierno de Rodriguez Zapatero sólo pueden contribuir a agravarlos.     

 

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