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Carlos Semprún Maura

El pasado de una ilusión

Sé que sobran estudiantes-militantes, estudiantes mulas pardas, capaces de destruir lo que sea y de quemar libros. No se vayan a creer que cualquier libro, no, únicamente los libros "de derechas", o cuyos autores son judíos.

Todos sueñan –o temen– la vuelta de los eventos de mayo del 68. Todos están sumergidos en el universo de la repetición y, más que nadie, los estudiantes y sus sindicatos, y los sindicatos de profesores que los controlan con la vieja dialéctica maestros/discípulos. Sus formas de acción son las mismas: manifestaciones, ocupación de las facultades impidiendo los cursos, asambleas generales permanentes, y asalto al Palacio de Invierno, o sea, a la Sorbona, símbolo de la opresión capitalista en los medios universitarios. La prensa favorable al gobierno señala que muchos no son realmente estudiantes, sino "sin papeles", "intermitentes del espectáculo"; es decir, gamberros profesionales. Es posible, pero yo sé que sobran estudiantes-militantes, estudiantes mulas pardas, capaces de destruir lo que sea y de quemar libros. No se vayan a creer que cualquier libro, no, únicamente los libros "de derechas", o cuyos autores son judíos. La diferencia es la masa; no hay multitudes como en el 68. Doscientos o trescientos estudiantes, el viernes pasado por la tarde, rompieron cristales, penetraron en el viejo edificio de Pierre de Sorbón, y esa misma noche fueron desalojados por la policía, en diez minutos, un cuarto de hora, o menos de una hora, según las fuentes. Deprisa, vaya.

La desmemoria de los que sueñan –o temen– la repetición de mayo del 68, les hace olvidar que ese mismo año, en septiembre, las elecciones anticipadas convocadas por De Gaulle y Pompidou, primer ministro, dieron una victoria aplastante a la derecha, con un 80% de los votos, y que cuando se retiró De Gaulle, llegó Pompidou y luego Giscard. La izquierda, mucho más segura y con más motivos que hoy de estar en el umbral del poder en mayo del 68, tuvo que esperar a 1981. Bien largo me lo fiáis.

Por otra parte, si en 1995 las manifestaciones lograron impedir las reformas de las pensiones y de la Seguridad Social, previstas por el gobierno Juppé, éstas tuvieron que esperar al gobierno Raffarin para ser aprobadas, en 2003 y 2004, pero se aprobaron pese a las manifestaciones. Francia perdió ocho años y, para más inri, esas reformas son malas. En todo caso, insuficientes. Todo el mundo esperaba con la escopeta lista a Dominique de Villepin, con su melena ondulada de galán argentino y su cursilería, que estaba invitado, ayer domingo, al informativo de las ocho en TFI. No me pregunten cómo estuvo, porque no le soporto y me produce irisipela, pero haciendo un meritorio esfuerzo informativo diré que tal vez sus explicaciones tuvieron cierto valor didáctico, cuando desmintió el argumento esencial de la protesta: que con este contrato de primer empleo, los patronos pueden contratar a un joven un día y despedirle al día siguiente, por narices. Falso, repitió, el patrón tiene la obligación de avisar con un mes de antelación, y además el joven tiene una serie de garantías, que enunció de manera tan confusa que nadie se enteró de nada. Pese a afirmar varias veces que él era el jefe (de gobierno) y que un jefe debe ir al frente de sus tropas y no en la retaguardia, este lenguaje militar no logró disimular que se está rajando, porque si bien afirmó que la ley sobre el primer empleo está votada y no la retirará, prometió discutir con los sindicatos los famosos partenaires sociaux, toda una serie de medidas de acompañamiento capaces de anular totalmente la dichosa flexibilidad. Moraleja: ¡basta ya de tanto estado en el mundo laboral!

Por cierto, Milosevic ha muerto en la cárcel, pero Carrillo vive en su casa.

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