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José Vilas Nogueira

Saldos de primavera

En este mundo orwelliano, tan caro a los progres, en que las palabras significan su contrario, los totalitarios exigen la democracia; los criminales, la "paz"; la minoría, decidir por todos.

El 22 de marzo de 2006 se ha incorporado al repertorio de efemérides. La Comisión correspondiente del Congreso de los Diputados aprobó un proyecto de Estatuto de Autonomía para Cataluña, anticonstitucional y pre-independentista. La ETA anunció un paro indefinido de su actividad criminal. Al margen de efemérides, yo viajé a Vigo. Me habían invitado a intervenir en un seminario de filosofía, que mantiene un entusiasta grupo de profesores de Bachillerato.

Mi propósito era hablar del liberalismo, con particular referencia al liberalismo clásico. Pretendía hacer un enfoque académico. Pero era consciente de que iba a predicar in partibus infidelium. Naturalmente, los infieles se habían documentado sobre mis extravíos. Con la omnisciencia propia de nuestros progres, "sabían" de antemano lo que iba a decir. Consiguientemente, el más bárbaro de los infieles, un nacionalista gallego, llevaba preparada por escrito su réplica a mi intervención. La réplica no replicaba nada, pues yo no dije lo que él esperaba que iba a decir. Pero qué más da; él siempre habría escuchado lo que yo "debía" decir, según la representación que él se había formado. Esta singular réplica anticipada incluía la invocación de la frase, atribuida a don José Calvo Sotelo, "prefiero una España roja a una España rota". Y es aquí donde conectan los notables sucesos del 22 de marzo con mi modesta vicisitud personal.

¿Podría hoy Calvo Sotelo formular esta alternativa? Evidentemente, no; carecería de sentido. Si el político conservador prefería una España roja a una España rota es porque creía que los rojos mantendrían la unidad de España. Y no era suposición descabellada, visto el modelo de la centralización del poder político en la URSS. E, inversamente, si una España rota podía ser opuesta dialécticamente a una España roja era porque los separatistas no eran rojos. Por penosa que pueda parecer, hoy ni siquiera cabe esta alternativa. La España roja será una España rota. Este es el designio del (autoproclamado) rojo Zapatero. Un rojo desteñido (entre rosa y lila) y un roto descosido (entre apariencia y realidad).

¿Y la "tregua" de la ETA? ¿Osaré negar la bondad de la noticia? No. En principio, una declaración de interrupción de la actividad por parte de una banda criminal es una buena noticia. Pero para valorar su bondad habrá de analizarse su alcance. En cuanto a la génesis, es consecuencia de un proceso clandestino de negociación entre la ETA y el Gobierno de la nación indefinida. Su anuncio el mismo día de la aprobación por la Comisión del Congreso del proyecto de Estatuto de Cataluña evidencia la colusión de los rojos desteñidos y los separatistas enrojecidos.

¿Qué induce a la ETA a interrumpir sus crímenes? No ha de ser la pérdida de su influencia política; es mayor que nunca. ¿Cuáles son las condiciones asociadas a la declaración de la sedicente tregua? Que los interlocutores asuman plenamente los objetivos de la ETA; ellos no renuncia a nada. En este mundo orwelliano, tan caro a los progres, en que las palabras significan su contrario, los totalitarios exigen la democracia; los criminales, la "paz"; la minoría, decidir por todos. Y en una sociedad corrompida moralmente (consecuencia ineludible del socialismo, según muestra la experiencia histórica) una minoría resuelta y sin escrúpulos se impone siempre a una mayoría cobarde, entregada a un hedonismo primario.

Me conmovieron los elogios que el Presidente Zapatero, en un giro copernicano de su discurso, dedicó a la política antiterrorista de los anteriores gobiernos populares. Pero, lagarto, lagarto, cuidado con las emociones. Zapatero ha convocado a Rajoy a la Moncloa. Rajoy irá, como es su obligación. Si asiente al designio rojo-separatista del presidente del Gobierno, se confirmará la perspicacia de Zapatero y su "altura de miras". El Partido Popular habrá de pedir perdón por sus pasados excesos y eliminar a sus dirigentes más aguerridos. Zapatero, el pacificador, podrá disolver las cámaras. Obtendrá mayoría absoluta, y vuelta a empezar, pues los nacionalistas, catalanes, vascos y otros seguirán denunciando la opresión españolista, que ya sólo tendrá remedio con la independencia formal.

Si, por el contrario, Rajoy dice que no, se confirmará el "neo-franquismo" del PP, su interés en mantener abierto el "conflicto" vasco, etc. Los medios de comunicación de masas, con las pocas excepciones conocidas, difundirán esta imagen de españolismo autoritario y despótico. La mayor parte de la ciudadanía asumirá el planteamiento, que esto de la "paz", además de bonito y "moralmente elevado", es muy cómodo. Zapatero, el pacificador, podrá disolver las cámaras. Obtendrá mayoría absoluta, y vuelta a empezar, a acabar la obra. Si alguien, alguna vez, le reprocha alguna consecuencia desagradable de su política, siempre podrá decir que la culpa la tuvo el cerrilismo del Partido Popular.

Comparado con este dilema, el del prisionero es juego de niños.

En España

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