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Jorge Vilches

¿Y ahora qué?

Uno vive la zozobra, ya, a dos años vista, como parte del paisaje propio. Incluso cuando el presidente se encoge de hombros al oír a Rajoy preguntarle que si conoce algún país en el mundo que esté formado por varias naciones.

El discurso de Mariano Rajoy ha sido impecable, en forma y contenido. Un alegato a favor de la España constitucional, liberal y democrática que es difícil identificar, como pretende el nacionalcomunista Joan Herrera, con la "derecha recalcitrante". El Estatuto de Zapatero ha quedado, en boca del líder del PP, como un texto inconstitucional, que rompe la nación, cambia el modelo de Estado, termina con la solidaridad entre regiones y que, además, disgusta a la mayoría de los españoles. La definición de España como nación de naciones está en marcha. Los nuevos estatutos de autonomía recogerán su condición de nación particular dentro de la general –sí, esa etérea y circunstancial, casi molesta, nación española–, asumiendo, además, la práctica totalidad de las competencias antes en manos del Estado.

Uno vive la zozobra, ya, a dos años vista, como parte del paisaje propio. Incluso cuando el presidente se encoge de hombros al oír a Rajoy preguntarle que si conoce algún país en el mundo que esté formado por varias naciones. Pero no dejo de preguntarme qué hará ahora el PP. La estrategia que a partir de ahora va a adoptar el PP es de suma importancia, pues encierra las claves del porvenir de lo que quede de España.

Los caminos que pueden recorrer los populares no son muchos. El primero de ellos es subirse al tren de la España plurinacional. Esto algunos lo verían como una modernización, pero la mayoría de los votantes del PP tendrían el sentimiento de que se les ha traicionado renunciado a las ideas fundamentales, y convirtiendo en inútiles las acciones emprendidas hasta ahora.

Descartado lo anterior –creo–, sólo quedan las variantes del enfrentamiento. La vía judicial supone esperar a que el Tribunal Constitucional entre en el fondo del asunto, y acepte el recurso previo de inconstitucionalidad. Esto sólo sería ganar tiempo para volver a proponer que el gobierno socialista rectifique, lo que no va a suceder.

La vía parlamentaría, por otro lado, sería una moción de censura que, en el caso constitucional español, viene a ser más un examen del candidato que del presidente. De esta manera, sería casi una repetición de otros debates que hemos visto en la Cámara: Rajoy lee un discurso perfectamente construido, con un argumento histórico y constitucional impecable, aprovechando sus dotes de parlamentario para dejarlo redondo. ¿Y? Más de 180 diputados le dirían que se quedara en su banco, los medios de comunicación afines al Gobierno y a los nacionalistas resaltarían su soledad política, una situación que le va a hacer difícil al PP gobernar en España, en las autonomías y en los ayuntamientos. Los populares solamente lograrían mantener esperanzada a su grey, que se está mostrando muy resistente. Y aquí entraría la última vía posible, compatible con las otras dos, pero con un uso limitado: la movilización social. La recogida de firmas para pedir un referéndum sobre el Estatuto no ha sido precisamente un éxito. Y las manifestaciones acaban agotando a la militancia porque se ven empequeñecidos por los delegados del gobierno y sus medios adictos.

¿Y ahora qué? Estamos viviendo tiempos para la Historia con mayúsculas, en los que se aceleran los cambios, y todo parece quedar en manos de un grupo de políticos. La concatenación de acontecimientos es tan rápida que no hay tiempo para el análisis sosegado; sólo para la incertidumbre más justificada.

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