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Ricardo Medina Macías

Rehenes de la fantasía

Lo trágico es que sean los más directamente beneficiados por la flexibilización –los jóvenes sin empleo– quienes más ferozmente se opongan a una propuesta legal que podría darles lo que tanto anhelan.

¿Cómo explicar que decenas de miles de jóvenes, o tal vez millones, rechacen airadamente en Francia lo que podría ser la solución a uno de sus más acuciantes problemas: el desempleo?

El gobierno francés, específicamente el primer ministro Dominique de Villepin, sabe que el gravísimo problema del desempleo en Francia sólo podrá resolverse flexibilizando la rígida legislación laboral. Sabe también que en el mediano y largo plazos son insostenibles para Francia los excesos del Estado benefactor. Todo esto es cierto y no es "ideología", es realidad. Es el terco y viejo principio de que los recursos son escasos.

De ahí, de esa constatación de la realidad –y de la percepción acertada de que son los jóvenes quienes más gravemente sufren el problema del desempleo– surgió el llamado contrato de primer empleo, para los jóvenes en Francia.

Frente a este principio de realidad se estrella trágicamente un mundo de fantasía creado por los propios políticos. Inexplicablemente, desde un punto de vista racional, los jóvenes deseosos de empleo se oponen enardecidos a esa ventana de oportunidad. No se entiende racionalmente, pero se explica tanto por la manipulación política como por un discurso plagado de fantasías que durante décadas han prodigado los políticos, en Francia y en el mundo.

Se entiende que un chofer de tranvía, sindicalizado y beneficiario de los exorbitantes privilegios que le otorga la ley laboral, se oponga a que dicha legislación se flexibilice, genere oportunidades de trabajo para quienes ahora no las tienen e introduzca cierta competencia. Se entiende si el chofer de tranvía percibe a los jóvenes deseosos de trabajar como una amenaza a sus actuales privilegios y a su empleo que hoy parece garantizado contra viento y marea: lo haga bien o lo haga mal, sea capaz o no. Se entiende aún mejor que los líderes sindicales aborrezcan perder herramientas de seducción y poder, si en Francia se flexibiliza la ley laboral y empieza a surgir una cultura de la productividad, fundada en la competencia.

Lo trágico es que sean los más directamente beneficiados por la flexibilización –los jóvenes sin empleo– quienes más ferozmente se opongan a una propuesta legal que podría darles lo que tanto anhelan. Dicen que no quieren ser una generación "desechable", que ellos sí quieren los empleos, pero también quieren esa cómoda seguridad de que conservarán el empleo a perpetuidad, sirvan o no, trabajen o no, sean o no productivos. Y lo exigen porque ello fue lo que, irresponsablemente, les ofrecieron los discursos políticos de ayer y de hoy, especialmente los del populismo, los de la social-burocracia, los de la "izquierda" políticamente correcta.

O eliminamos las fantasías que prometen nuevos paraísos terrenales o veremos –estupefactos y adoloridos– cómo siguen marchando hacia el precipicio las víctimas del populismo, entonando cánticos triunfales. Y no nos engañemos, las primeras víctimas de la demagogia y de ese mundo fantástico y voluntarioso, no somos usted o yo, sino quienes menos tienen y quienes menos saben, que son siempre los más crédulos.

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