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Luis Hernández Arroyo

Muerte del estado nacional

Su punto de partida es un pesimismo antropológico, que le hace desconfiar de que el pueblo pueda saber lo suficiente para tomar las decisiones más convenientes para él mismo, pero que también le hace dudar de la capacidad y ambición de los príncipes.

Me ofende enormemente esa comparación inmediata que se ha hecho entre algunos de nuestros usurpadores del estado y Maquiavelo. Sobre esos, truchimanes conspirativos, homicidas de la nación, no voy a hablar. Voy simplemente a exponer lo que aportó el segundo a la teoría del poder para que se vea claramente la imposibilidad abismal que hay de relacionarlos. Al final se verá que el antídoto contra la demolición conspirativa que estamos sufriendo por esos usurpadores es, precisamente, el conservadurismo realista del florentino. Para mí, la aportación perenne de Maquiavelo a la doctrina sobre el poder es que se basa sobre la observación: no tiene ese carácter metafísico propio de aquellos tiempos.

Hoy en el debate se entrecruzan muchos planos que no voy a mencionar. Me interesa hacer referencia sólo al inacabado debate entre los liberales minimalistas, que reducirían el estado a la mínima expresión, pues siempre es posible sustituir su ineficiente oferta por una oferta privada, y los estatalistas, que promueven que el estado es el mejor oferente de determinadas funciones que no serían jamás asumidas por los particulares. Mencionemos también que determinado estado –lo que Jasay llama el estado capitalista, que podríamos llamar economicista– obtiene más nivel económico para todos. No es necesario hacer valoraciones cuantitativas; basta observar un simple dato: que estos estados, autolimitados, a lo largo de la historia han permitido una oferta de bienes y servicios cada vez más diversificada, lo cual ha aumentado sencillamente las posibilidades de elección de sus participantes.

Hay un consenso amplio en admitir las condiciones mínimas de estos estados: protección de los contratos libres, protección de la propiedad como un contrato más y oferta o financiación de bienes que se suponen con suficientes externalidades como para beneficiar a todos. Obsérvese que esta última ratio supone cierta cortedad de miras en los individuos de la sociedad, que no sabrían distinguir lo que realmente les conviene más allá de un corto horizonte. Aquí tocamos un nervio neuronal decisivo, por cuanto los liberales más optimistas creen en la eficacia para todos, en todos los órdenes, de los intereses privados. Esta posición se basa aparentemente en un optimismo "pelagiano", frente al pesimismo "agustiniano" de la primera Caída. Esta otra vía de ataque del problema, por el contrario, defendería que los seres humanos en su mayoría, y por lo tanto la sociedad, siempre van a ser ciegos respecto a problemas tales como la seguridad y el orden, o la educación, que nunca se van a resolver por acuerdos privados, y que éstos en todo caso darían lugar a luchas entre grupos organizados.

La historia es más concreta, y enseña que el estado, tal como lo conocemos hoy, ha sido fruto de una evolución "darwiniana", de prueba y error, sin conciencia clara de la situación siguiente a la que se iba a llegar. El estado de hoy es, primeramente, nacional, fruto de la concentración de la fuerza dispersa del feudalismo en una corona, proceso para el cual es crucial la complicidad y el apoyo del "pueblo", principal beneficiario de que el "poder y la gloria" fueran un monopolio del Rey. El rey luego abusaría de sus súbditos, pero para ello no se aliaría más con los nobles, sino precisamente con los reclutados entre el pueblo llano (Jouvenel). En suma, el estado es algo se encuentra el hombre al nacer, y es difícil que lo vea desaparecer.

En los intersticios entre la Edad Media y el nacimiento de la nación, es precisamente cuando Maquiavelo aparece en escena y nos ofrece sus reflexiones magistrales (aunque muchas superadas por la evolución, lógicamente). Maquiavelo no es un teórico racionalista del poder; es un observador privilegiado del comportamiento de los poderosos de su época: los Médici en su Florencia natal, César Borgia, el Papa guerrero Julio II... Su obra ofrece dos vertientes diferenciadas: la propiamente dedicada al poder, cómo conquistarlo y conservarlo (El Príncipe), y qué forma de gobierno es mejor (Discursos...). Su anhelo profundo era encontrar un príncipe que uniera a Italia contra los invasores extranjeros. Su punto de partida es un pesimismo antropológico, que le hace desconfiar de que el pueblo pueda saber lo suficiente para tomar las decisiones más convenientes para él mismo, pero que también le hace dudar de la capacidad y ambición de los príncipes para ejercer el poder con eficiencia. Con todo, llega a decir que la mejor forma de gobierno es la República gobernada por la ley, y su modelo la república romana antes del imperio, "pues todas las tierras y las provincias que viven libres, en todas partes, como dije antes, hacen enormes progresos. Porque allí los pueblos crecen, por ser los matrimonios más libres y más apetecibles para los hombres, pues cada uno procrea voluntariamente todos los hijos que cree poder alimentar, sin temer que le sea arrebatado su patrimonio, y sabiendo que no solamente nacen libres y no esclavos, sino que pueden, mediante su virtud, llegar a ser magistrados" (Discursos). ¿No están aquí reflejadas, en esencia, las dos premisas del liberalismo: la libertad negativa, de la intimidad privada, y la positiva, de la participación en los asuntos públicos?

Creo sinceramente que el pesimismo radical de Maquiavelo es más fructífero que el optimismo racionalista. Este pesimismo, como el de Hobbes, lleva al carácter ineludible del estado y sus leyes, que mantenga el orden y refrene los abusos del poderoso. El pesimismo de los Padres fundadores de la gran nación americana, que provenía del pesimismo agustiano-luterano sobre el pecado original (César Vidal) llevó a una constitución limitadora del poder, aunque el riesgo de ser atacados por potencias superiores (anejo a la desconfianza contra el parlamento como origen del conflicto con Inglaterra) llevó, por otro lado, a reforzar los poderes del presidente (Hayek). Yo creo que EEUU es lo más parecido a la soñada república por Maquiavelo.

En sus textos se encuentran muchas contradicciones, consecuencia de la precariedad con la que los escribió. Pero hay una línea clara que lleva a la desconfianza tanto de los príncipes como de los hombres, de tal manera que el estado de la ley es inevitable para garantizar que se produzca ese escenario tan brillantemente expuesto por él, pero también debe darse algún control sobre el gobernante (para él, el ejemplo de control es la figura romana de los tribunos de la plebe). Pese a las garantías legales encarecidas por Maquiavelo, éste advierte con total claridad que las decisiones del príncipe no siempre se acomodan a la moral privada. Esto es lo que lleva a unos a clasificarle como el cínico, y a otros sencillamente como el primero que se atrevió a decir lo que no ha dejado de ser obvio.

Ya hemos dicho que el florentino se atenía rigurosamente a lo que veía. Para él, la moral al uso era la católica, que sin embargo no impedía acciones guerreras del papa para engrandecer sus posesiones. Su atenta observación de los poderosos le enseñó que era imposible mantener en pie un estado si el príncipe no se rige por valores distintos a los de la Iglesia. Esto no era una invitación al saqueo y explotación de sus súbditos: era, para el gran estudioso, la única manera de conseguir los nobles fines del gobernante: la felicidad de su pueblo en una paz vigilante. Si hay caminos de dudosa moralidad, pero inevitables, lo que es claro es que el príncipe, o la república, transitan esos caminos porque tienen lo que él llama la "virtù" de los clásicos (fortaleza, carácter, nobleza, ambición, patriotismo) y persiguen unos fines absolutamente legítimos, y cuya recompensa personal es la gloria, que se le dará por los fines, no por los medios empleados. Una gloria totalmente mundana, que le llevó a decir "estimo más mi patria que mi alma". Gloria que seguro que a Maquiavelo le dolió enormemente no alcanzar.

Ante el optimismo superficial que nos invade, sigo viendo un gran realismo en Maquiavelo. Y una gran actualidad en buena parte de sus escritos. Introduce las pasiones humanas como motivadoras para ambicionar el poder (no se limita a la racionalidad, para mí esterilizadora); pasiones que él tocó de muy cerca en sus contacto con las cortes italianas y europeas. Pasiones que, sin son virtuosas, llevan a un buen gobierno si hay leyes que limitan la arbitrariedad y permiten el juego de la libertad, tan fructífera, según observa él mismo. No era un liberal. Era un conservador, como todos los pesimistas antropológicos. Nada que ver con nuestros usurpadores-dinamitadores del estado.

Vivimos una época "pelagiana", o simplemente demagógica, en la que no se valoran las llamadas a la prudencia de los clásicos. Pero el péndulo ha ido tan lejos en esa dirección, que no cabe duda que su movimiento basculante hacia el conservadurismo será algo más que notable.

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