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EDITORIAL

Irán, el petróleo y el futuro energético

El petróleo sigue siendo una fuente de energía abundante y barata, pero las sociedades libres, guiadas por la señal que envían los altos precios del crudo, optarán por el cambio tecnológico, la mayor eficiencia y el uso de energías alternativas.

La atención internacional permanece muy atenta al pulso que el régimen teocrático de Irán mantiene con las democracias occidentales. Irán, es público y sabido desde hace años, está embarcada en una carrera armamentística nuclear para poder entrar en el selecto club de los intocables gracias al mortal chantaje que puede ejercer sobre las poblaciones vecinas. En el caso de Irán no se puede dejar de lado que su presidente, Mahmud Ahmadineyad, está plenamente dispuesto a cumplir el mandato constitucional de eliminar al Estado de Israel. Ni Israel está dispuesto a desaparecer, ni Estados Unidos puede permitirlo. Y hasta el momento, nada indica que el régimen islamista vaya a encontrar un freno en sus inaceptables propósitos que no provenga de la intervención militar exterior. 

Este análisis ha caldeado el mercado del petróleo, como no podía ser menos. Irán es el segundo país del mundo en reservas petrolíferas y una intervención armada en el país, de amplia extensión, muy militarizado y con una gran moral de resistencia frente al exterior, no sería tan rápida, en principio, como la que acabó con el brutal régimen de Sadam Husein en el vecino Irak, otra gloria de la alianza de civilizaciones de nuestro presidente Rodríguez Zapatero. Un conflicto prolongado dejaría al mercado sin un importante abastecimiento, con Irak sin recuperar plenamente la normalidad, Venezuela en manos de un progresista iluminado y la demanda en clara recuperación. Los nuevos récords históricos en la cotización de los barriles de crudo son fiel reflejo de la situación actual y en especial de la previsible. Baste para hacernos una idea que el precio normal del petróleo ronda los 20 dólares y que el Brent parece que no se detendrá en los 70 que ha llegado a alcanzar.

Todo ello ha favorecido que se renueve el pesimismo energético, que ya llevó a ridículos excesos en los años 70. También ha vuelto a abrir el debate sobre el petróleo, gran parte de cuyas fuentes principales se encuentran en países institucionalmente inestables. No hace mucho George W. Bush declaraba en alto su voluntad de que Estados Unidos redujera su dependencia del petróleo de Oriente Medio. Y eso que es uno de los grandes productores. La situación de España, con una dependencia energética que se acerca al 80 por ciento, es mucho más comprometida, a pesar de lo cual no vemos al Gobierno mostrando la más mínima preocupación.

El debate sobre el petróleo está abierto. Sigue siendo una fuente de energía abundante y barata, pero las sociedades libres, guiadas por la señal que envían los altos precios del crudo, optarán por el cambio tecnológico, la mayor eficiencia y el uso de energías alternativas, como la nuclear. También se recurrirá a los llamados petróleos no convencionales, cuya explotación empieza a ser rentable con precios que hemos rebasado ampliamente y que se encuentran en yacimientos de países que, como Canadá, no tienen los riesgos asociados a Oriente Medio. Sumemos a ello dos consideraciones: que la producción energética tiene cada vez un mayor componente de la inversión en capital y menor en las fuentes, una buena noticia para los países desarrollados, y que pese a las crecientes necesidades energéticas del mundo el peso de la energía en la producción no deja de descender. Todo ello apunta a que la importancia de esa región del mundo tendrá una importancia económica y política decreciente, en contra de lo que se dice en demasiadas ocasiones.

En Libre Mercado

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