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Álvaro Martín

La lección olvidada del 11 de septiembre

Me atrevo a esperar que Stone pueda establecer con su obra un ciclo de causalidad que parta del asesinato de Kennedy por la familia Bush hasta acabar en la organización por Halliburton del 11-S y la concesión del Oscar por "decir la verdad al poder".

El 28 de abril se estrena en EE UU la película "United 93". Se trata de una recreación de los acontecimientos que tuvieron lugar en el vuelo que se estrelló en Pennsylvania el 11 de septiembre de 2001, sobre la base de las conversaciones telefónicas de los pasajeros y las comunicaciones de la tripulación y los secuestradores desde la cabina. El filme es el primero que se hace sobre los atentados y, teniendo en cuenta que al año siguiente del ataque a Pearl Harbour, Hollywood estaba sacando películas sobre esto y sobre la Segunda Guerra Mundial en general, parece que los estudios no se han dado una prisa especial. Desgraciadamente, también Oliver Stone estrenará este año su propia regurgitación cinematográfica de los sucesos de ese día. Me atrevo a esperar que Stone pueda establecer con su obra un ciclo de causalidad que parta del asesinato de Kennedy por la familia Bush hasta acabar en la organización por Halliburton del 11 de septiembre y la inevitable concesión del Oscar por "decir la verdad al poder".

Hubo un tiempo, la Segunda Guerra Mundial, en que la industria del entretenimiento contribuía a la lucha anti-fascista y uno recuerda las canciones de Glenn Miller o los filmes de RKO o Paramount como los cantares de gesta de esa época. Ahora, los "hombres y mujeres de la cultura" cantan las gestas de la guerra contra el terror, pero más que nada de las protagonizadas por los terroristas. Cuando Nueva York es destruida en cada superproducción de Hollywood, lo es por todo tipo de alienígenas, tsunamis de Bush o neonazis eslovacos, es decir, por cualquier cosa menos por los tipos que realmente la destruyeron y no ocultan su objetivo de terminar el trabajo empezado. Y así, cuando uno evoque la gran guerra de esta generación, la guerra contra el terror, recordará a Cryssy Hinde gritando desgarrada su esperanza de que los talibanes reduzcan a polvo las tropas imperialistas, a los Rolling Stones y Neil Young trovando contra los neocones y las sentidas églogas de Michael Moore a la vida con Sadam. La mala noticia es que esa guerra probablemente la perderemos y, en mi interpretación de la sharia, Cryssy, Neil, Mick y Michael estarán tan proscritos como Libertad Digital, por muy injusto que resulte dadas las respectivas hojas de servicios.

El 11 de septiembre pareció que la cultura occidental cambiaría sustancialmente. Que la gente recordaría las inanidades del espíritu de los sesenta como amables imbecilidades, si letales cuando aplicadas al siglo XXI. Y durante dos años pareció que así sería, al menos en EEUU. Ese día, los habitantes del Capitolio salieron a cantar "God Bless America" y Le Monde editorializó que "Todos somos americanos". Y Neil Young compuso un tema, en honor de Todd Beamer, el pasajero de United que, al grito de "Let´s Roll", sacrificó su vida y la de sus compañeros para salvar la de sus conciudadanos canoros del Congreso. La revolución política conservadora, consistente en que todos recuperábamos la razón y el sentido de la responsabilidad, estaba en marcha.

El Gobierno estadounidense acabó, en 18 meses, con los talibanes y con un señor antisemita, con bigote e indumentaria militarista y que había intentado el anschluss en Irán y Kuwait. Y lo hizo con records históricos de aprobación. Luego vino lo de Abu Ghraib, las escuchas, Vietnam, los editoriales, la ONU, No en Nuestro Nombre y George Clooney, y las civilizaciones no pudieron por menos que aliarse. Contra Bush, naturalmente, la mauvaise conscience.

Y vino el asesinato de Theo van Gogh en Holanda. Y los disturbios del otoño en Francia, las quemas de coches y la ocultación por la prensa de la identidad y agenda de los incendiarios. Y después vinieron las revueltas generalizadas por las caricaturas danesas y el mundo occidental, con los medios que "dicen la verdad al poder" a la cabeza, humillando la cerviz por "respeto a la sensibilidad" de los otros. Y antes y después, tuvimos los best-seller de Michael Moore, la apoteosis de Noam Chomsky y la lenta, pero segura, descomposición del cadáver que es la cultura occidental, rehén de la corrección política y del apaciguamiento, desde el rock "transgresor" hasta el filme "valiente" pasando por el político "integrador".

Muchos creímos el 11 de septiembre de 2001 que nada volvería a ser como antes en Occidente. Han pasado cinco años y eso es lo que nos ha llevado darnos cuenta del sentido de ese cambio. Es el tiempo que ha llevado a las torres gemelas de Occidente, la libertad de expresión y la igualdad ante la ley, a empezar a dar señales de colapso. De "let´s roll" a "let´s be rolled over". De United 93 a Farenheit 9/11. Todd Beamer y sus compañeros consiguieron que el vuelo de United no alcanzara el objetivo de los terroristas. Pero éstos ya han aprendido a tripular perfectamente las ansiedades y el nihilismo de la sociedad occidental.

Y esos vuelos ya están en el aire.

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