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José García Domínguez

Freud y el Estatut

Basta con reparar dos segundos en sus tan forzados como postizos nacionalistas confundidos para adivinar que a la Casas no le temblará la muñeca, pero sí el inconsciente.

Que era muy cierto eso de que el silencio es el sonido de la nada, lo acabamos de comprobar todos cuando a Zapatero le dio por abrir la boca y pronunciar su primer discurso ante las Cortes. Y que Humphrey Bogart tampoco andaba errado al sentenciar que las palabras sólo sirven para que dos personas no puedan llegar a entenderse jamás también lo sabe el común, sobre todo, si alguna vez ha estado casado. De ahí la genialidad de Freud al reparar en que la verdad no se escondía ni en las frases calculadas, ni en los silencios estudiados, sino en unos juguetones intrusos que a veces se cuelan entre ellos: los lapsus.

Pero no se me alarme el lector, no pienso añadir otro artículo pedante más al aniversario del padre del psicoanálisis. Y si he dado en salir de ese palo, sólo se debe a que tengo delante la entrevista de El Mundo con María Emilia Casas, la presidenta del Tribunal Constitucional. Así, leo en un sumario con grandes caracteres: "Al Tribunal no le temblará el pulso; lo contrario sería aceptar que el pueblo no se equivoca nunca y eso tampoco es así". He de reconocerlo, me impresiona vivamente el coraje institucional que demuestra la Casas con esa frase final. Me impresiona tanto que quiero volver a degustarla en el cuerpo de la entrevista. Mas, oh los diablillos de la imprenta, resulta que la magistrada no declaró exactamente eso que destaca el periódico.

Pues es muy cierto que doña María Emilia jura y perjura que no habrá de temblarle el pulso con el Estatut. Pero donde el periodista oyó un "nunca se equivoca", en realidad, ella dijo: "nunca se confunde". Queda claro el asunto, pues: quien incurre en un acto fallido es el redactor, ya que la firme María Emilia ni se equivoca, ni se confunde; ella dice justo lo que quiere decir. Y si bien confundirse y equivocarse son términos parecidos, no es menos cierto que son distintos. Tan distintos, en realidad, que al periodista hay algo que le suena demasiado extraño, artificioso e improbable en ese confundirse referido a la voluntad del decisor; de ahí que yerre y lo transcriba como equivocarse.

Porque basta con reparar dos segundos en sus tan forzados como postizos nacionalistas confundidos para adivinar que a la Casas no le temblará la muñeca, pero sí el inconsciente. Y es que, según el Diccionario, quien se confunde peca de mezclar ideas inconexas, aunque sólo por falta de conocimiento o de luces, nunca a propósito; inocencia virginal que siempre lo distinguirá del que se equivoca, en quien sí cabe el afán artero de engañar. Eso es suficiente: ningún lector de "Psicopatología de la vida cotidiana" necesita saber más para anticipar el contenido completo de la próxima sentencia del TJ sobre elEstatut.

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