Menú
Carlos Semprún Maura

Un cascote de Europa en el patio

La enciclopedia apunta que el escritor de "ideas socialistas" (léase comunista), evolucionó (léase traicionó) hacia posturas morales y religiosas (¡qué asco!).

El pasado jueves por la mañana, una regadera municipal se presentó en nuestro square, con su chorro de agua y su barrendero. Esa operación de limpieza, que buena falta hace, se desarrolla normalmente el viernes al alba, y a cargo de una empresa privada. Mi mujer, cruzándose con la portera, la excelentísima señora Garzo, le preguntó a qué se debía nuestra ascensión al rango municipal. Isabel contestó: "No se trata de eso, lo que ocurre es que esta tarde va a venir el alcalde para conmemorar y creo que poner una lápida, en memoria de un escritor alemán que vivió aquí". Si viene el alcalde, y socialista para más inri, es lógico que la limpieza sea municipal. Curiosa, Nina fue a mirar el cartelito junto a la puerta y vio que se trataba de Alfredo Döblin. ¡Döblin! De pronto Berlín y trozos de la sangrienta historia europea irrumpían en nuestro square (o plaza, o patio), tan provinciano y tranquilo, si no fuera por los niños.

Y llegaron por la tarde. Llegó el alcalde y su séquito, con sus écharpes o bandas tricolores sobre el pecho. Primero llegó una pareja de policías para protegernos, no sabría decir de quién. Fue una ceremonia digna de Clochemerle o de una película de Jacques Tati (bueno: Taticheff). Habló el alcalde ante un micrófono que, claro, no funcionaba, con altibajos y chirridos. Luego un anciano con melena y barba de profeta, muy blancas, estuvo, tengo la impresión, glosando sobre la vida y obra de Alfredo Döblin. Como tenía trabajo –me ocurre a veces–, sólo permanecí unos instantes asomado a la ventana –por suerte no helaba–, y me pareció oír al anciano que el escritor alemán había muerto allí, justo enfrente, en 1940. Como la ceremonia no iba acompañada de la consabida "copa de vino español", ni del Rin, ni siquiera de Burdeos, todo fue muy rápido. Además había pocos asistentes. Mi "cuarto de atrás" está del otro lado del piso, y su ventana da a una terraza florida, un piso más abajo, y al clásico paraje de tejados parisinos; los rumores de la ceremonia no llegaban, además de que no hubo ni tambores ni trompetas. Pero la fecha de 1940 me intrigaba, y consulté mi "Enciclopedia Larousse", pésimamente redactada por profesores comunistas, pero sólo quería ver la fecha. Y efectivamente Döblin no murió en 1940, sino en 1957, de vuelta a Alemania, porque durante el nazismo se exilió y vivió aquí. La enciclopedia apunta que el escritor de "ideas socialistas" (léase comunista), evolucionó (léase traicionó) hacia posturas morales y religiosas (¡qué asco!).

Debo confesar que, para mí, Döblin se limita en su novela "Berlin Alexander Platz", libro desgarrado, pesimista, sobre la capital alemana (los demócratas alemanes cometieron un error garrafal al abandonar Berlín como capital, cediéndola a los comunistas, para refugiarse en Bonn), en esos tiempos asimismo desgarrados de la posguerra (el libro fue publicado en 1929). La leí hace años, pero recuerdo a sus protagonistas, parados y desconcertados, que dudan de todo y pasan del hampa a las bandas rojipardas, y de estas a las rojirrojas, o al revés. Las vacilaciones y complicidades entre nazis y comunistas en una Alemania derrotada y miserable, mostradas en la novela, no entusiasmaron a nadie, y con los años menos. Un cascote de Europa caído de pronto en unsquaredel 14 distrito de París, gobernado por la coalición rojiverde, y por lo tanto el más sucio y uno de los más caros –mejor dicho encarecido– de París. Un trozo de Europa, sí, pero no de la UE. Por cierto, Döblin sigue esperando la lápida prometida, que no aparece por ningún sitio.

En Internacional

    0
    comentarios