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Cristina Losada

Kerenski, el error y el autoengaño

En lugar de mostrar firmeza ante los atentados y las bravatas, exculpan a los terroristas, corean con entusiasmo que van por el buen camino, y lagrimean de gozo ante falsos indicios de arrepentimiento.

En una nota en Tiempos modernos, Paul Johnson cuenta que entrevistó a Kerenski en la BBC y le preguntó por qué, mientras estaba al frente del gobierno ruso, no había tomado medidas drásticas contra Lenin. El que fuera derribado por el putsch del dirigente bolchevique, respondió así: "No lo consideraba un hombre importante". Hete ahí un error de juicio garrafal de consecuencias aciagas para millones de personas. Aquel hombrecillo fanático y audaz que estaba al frente de un minúsculo grupo de revolucionarios profesionales y que, a ojos de Kerenski, era una pieza irrelevante del escenario político, tomó el poder en Rusia, lo mandó a él al exilio y a otros muchos a la muerte, y torció el curso de la historia de ese país y del resto del mundo.

Recuerdo esta valoración errada, de catastróficos efectos, no sólo porque Kerenski haya sido el prototipo indiscutible del político débil que lleva a la nación al desastre, hasta que Zapatero se ha empeñado en competir por el puesto. Sino porque en España se ha multiplicado el número de obtusos desde que ETA declaró un curioso alto al fuego "permanente" que, según acaba de confirmar en su periódico amigo, no es "irreversible", contra lo que reitera el gobierno. Pues no pocos compatriotas se han tomado en serio, o eso parece, la posibilidad de que ETA abandone la actividad criminal sin haber logrado sus principales objetivos. Una actitud buenista y esperanzada en la que laten un wishful thinking siempre peligroso, y un error de juicio monumental sobre la naturaleza de la banda terrorista.

Sería ingenuo creer que los dirigentes socialistas se han metido en esta aventura con ETA por un error de análisis. Pero consideremos el mensaje que le transmitió Zapatero a Labordeta cuando se entrevistó con él. El problema, le dijo, es que "hay muchos en ETA que siguen estando todavía en los setenta y no han asumido que este país es una democracia". ¡Qué nivel! Si eso piensa ZP, no tiene la menor idea de qué es ETA. O no quiere tenerla. No son muchos los que piensan así: son todos. Pero no porque se hayan quedado, como esos hippies de otrora, colgados de un ácido. Tal visión, por alucinada que sea, viene en la empanada ideológica de la banda. El asesino de Baglietto lo expresó con zafia claridad en un reportaje de Mercedes Milá: ¿por qué se podía matar con Franco y ahora no? Nada ha cambiado, ni cambiará en ese aspecto.

Los pistoleros pueden repetir hasta la saciedad el adjetivo "democrático", como hacían en la espesa y amenazante entrevista o monólogo en Gara. Pero cuando ellos y sus tentáculos hablan de democracia, se refieren a algo muy distinto a lo que entendemos por democracia los demás. Jamás "asumirán" que España es una democracia. Su meta no es integrarse en ella, sino destruirla. Pero ZP y los que apuntalan su viaje, han decidido ignorarlo y ocultarlo. En lugar de mostrar firmeza ante los atentados y las bravatas, exculpan a los terroristas, corean con entusiasmo que van por el buen camino, y lagrimean de gozo ante falsos indicios de arrepentimiento. Quieren hacer creer que es posible atraerlos al seno de la democracia, y que todo es cuestión de tiempo, que ya irán aprendiendo a comportarse. Y a hablar. ¡Cómo si alguna vez se hubieran callado! Kerenski cometió un error. Éstos engañan y se engañan.

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