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La última oportunidad

Sólo un redoblado esfuerzo económico y militar americano puede apuntalar el nuevo gobierno para que realice la hercúlea tarea que le aguarda.

Si todos los progresos que Bush encomia de tiempo en tiempo fueran yuxtaponibles, Irak sería un paraíso; si lo fueran todos los desastres en los que se regodean los enemigos de la guerra, el país no existiría.

Ayer tocó sesión laudatoria flanqueada por las habituales atrocidades. Por fin se formó el gobierno que corresponde a las legislativas del pasado 15 de diciembre. Pasado en ya más de cinco meses, y aún quedan tres ministerios demasiado problemáticos por cubrir.

"Es un nuevo día para millones de iraquíes que quieren vivir en paz... un nuevo capítulo en nuestras relaciones con Irak", dijo el presidente. Para Condolezza Rice, representa un "extraordinario progreso político". Ojalá a todo, pero las fuerzas empeñadas en impedirlo no son menos poderosas que anteayer, y para tranquilidad de los muchos que los jalean desde diversos puntos cardinales, dejaron oír con fuerza su ronca voz organizando una orgía de sangre para celebrar la toma de posesión del nuevo gobierno. Mientras tanto Prodi inicia el camino de Zapatero, aunque sin tan abyecta precipitación, de dejar que los iraquíes se las apañen como puedan para poder así criticar mejor a los americanos por los actos que cometen los terroristas que sus militares persiguen. Y los japoneses, que tanto necesitan a Estados Unidos frente a su colosal e inquietante vecino, también dicen que están cansaditos y que allá se las den todas.

Khalilzad, el enérgico hombre de Washington en Bagdad, nacido afgano, partero del nuevo gobierno, ha sido más sobrio en su valoración del acontecimiento: "Los seis próximos meses serán verdaderamente críticos para Irak". Se habría podido decir lo mismo de cada medio año precedente, pero la acumulación de problemas que nunca alcanzan una solución hace la frase más cierta cada día que pasa.

El nuevo gabinete cuenta con apoyo del 90% del parlamento. En cualquier parte eso significaría un instrumento político de auténtica unidad nacional. Pero el 10% que falta es clave. Varios líderes suníes se han retirado. Son los que podría servir de enlace con la insurgencia. Todas las concesiones les parecen insuficientes. Consideran que los muertos que ellos matan los hacen acreedores a mayores cuotas de poder. Y están indignados por los muertos que a ellos les hacen, porque desde que el 22 de febrero los suyos hicieron saltar el muy venerado santuario chií de Samarrá, no han cesado las sanguinarias venganzas de los hasta entonces contenidos seguidores de esa otra rama del Islam.

Sólo un redoblado esfuerzo económico y militar americano puede apuntalar el nuevo gobierno para que realice la hercúlea tarea que le aguarda. Bush al menos ha quemado sus naves cuando hace ya varias semanas declaró que la retirada de las tropas sería competencia de su sucesor. Pero la posibilidad de que los demócratas se hagan con ambas cámaras del congreso en las elecciones de noviembre no augura nada bueno. Aunque bueno y malo depende de para quién. Una apreciable parte del mundo puede contemplar con delectación un fracaso americano. Y asestarse un brutal puñetazo en su propia cara.

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