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Moussaoui y Osama

Ahora Bin Laden, que se ha vuelto locuaz y parece querer recuperar sus muchos meses de silencio en los que no sabíamos si habría terminado sus días y lo estaban utilizando como al Cid después de muerto, ha vuelto a manifestarse.

Se creyó inicialmente que Moussaoui se había librado de la pena de muerte porque el jurado consideró como atenuantes, contra sus protestas, las circunstancias de su dura niñez. Pero se ha podido saber que, a pesar de una cierta atención a esos aspectos de su vida, el jurado desde la primera votación estuvo 10 a 2 a favor de la pena capital y, tras algunas discusiones, el tanteo se convirtió en 11 a 1 sin que el discrepante se aviniera a descubrirse y argumentar su posición. Este personaje parecer ser el que anónimamente se puso en contacto con el Washington Post porque, sin revelar nada sobre las votaciones, explicó que su propia posición era que no había quedado suficientemente demostrado, a pesar de su confesión, que el acusado fuese a participar en los atentados del 11-S de no haber sido detenido dos semanas antes. La base de la acusación era que tuvo en sus manos haber evitado los ataques, declarando lo que sabía desde el primer interrogatorio. Por su parte la defensa alegó que no hubiera servido de nada porque no lo hubieran tomado en serio.

Sin saber lo que luego se supo, sólo sobre las sospechas que había levantado en la escuela de vuelo a la que estaba asistiendo y su historial de relación con el radicalismo islamista, el agente del FBI que lo detuvo informó a sus superiores de que el asunto era algo gordo, sin que le hicieran caso. Así funcionan estas cosas. Los de abajo tratan por un lado de curarse en salud –que no digan que yo no avisé– y de paso de anotarse un tanto si se confirman sus sospechas más siniestras. Su informe atraviesa varios escalones que no podrían vivir si le diesen importancia a todas las apreciaciones alarmistas que les llegan desde abajo. Las van filtrando en función de lo que ahora se ha dado en llamar preconcepciones, y tradicionalmente prejuicios, desdeñosos de la bisoñez de sus subordinados y de su afán por llamar la atención y buscarse un ascenso. Esto siempre es así y por ello siempre hay que estar luchando contra los errores a que conduce, que crean presiones insoportables de los superiores políticos y de la opinión pública, pero no hay que ser tan ingenuo como para creerse que haya una solución mágica que resuelva una problema tan inherentemente estructural.

Así que la autoinculpación del aspirante a macroterrista facilitó las cosas y permitió la conclusión de un juicio con un acusado pintoresco y con habilidades para convertir el más solemne ritual de la justicia en un circo de denuncias contra la perversidad americana y occidental.

Ahora Bin Laden, que se ha vuelto locuaz y parece querer recuperar sus muchos meses de silencio en los que no sabíamos si habría terminado sus días y lo estaban utilizando como al Cid después de muerto, ha vuelto a manifestarse, esta vez por medio de una cinta de audio difundida a través de Internet, para explotar las dudas y decir aquí soy yo el que mando. Si un jurado de no llegó a convencerse del todo respecto al delito que don Zacarías confesaba, aunque sí de sus intenciones, ese mismo le puede suceder a otros, al menos uno de cada doce.

Osama nos cuenta que él lo decidió y organizó. ¿Cómo encajarán estas declaraciones sus admiradores que lo ponen en los altares o equivalente por hacerlo sin dejar de echarle las culpas de la fechoría al Mossad o la Casa Blanca? Quizás la lógica arábigo-islamista encaje el golpe impertérrita. La mucho más simplista lógica occidental tiene que reconocer cierto sentido a sus palabras cuando dice que no había destinado al hermano Moussaoui a esta misión y que, si lo hubiese hecho, la habría cancelado en cuanto lo detuvieron y ordenado la inmediata salida del país enemigo a su plantel de héroes. Por el contrario en su comunicado trata de apuntalar las fantasías del ahora ilustre prisionero diciendo que en efecto lo destinaba a un segundo golpe. Lo cierto es que sabemos que no se enteró de la detención del hermano hasta después del 11-S. Es prácticamente seguro que Mousssaoui era el vigésimo hombre, pero la seguridad absoluta parece sobrehumana.

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