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Sobre héroes y tumbas

Alonso, al pedir perdón por el dolor, ha expresado muy bien la concepción zapateril de los ejércitos: una ONG más, pero con carácter bien estructurado y reforzada si llega el caso.

Según el primer jefe del Ejército que sirvió con Bono, éste era un ambicioso desmedido. Bono le ha contestado indirectamente criticando que declarara tras el accidente del Yak que el ejército no está para organizar viajes de novios a Cancún. Sea como fuere, la realidad es que don José Bono, ni alejado de la vida política activa, es capaz de evitar la tentación de seguir explotando políticamente en su favor el dolor de las víctimas del peor accidente de nuestras fuerzas armadas. Ahora, como le falta la plataforma del cargo oficial, lo ha hecho mediante carta a las víctimas en el día de la conmemoración de la tragedia. Y, por supuesto, se han repartido copias a la prensa amiga para que nada de ello quedara en la intimidad, inútil políticamente.

Al mismo tiempo, su sucesor en el cargo, Alonso, pedía "perdón" a los familiares de las víctimas y caídos en misiones de paz o en el extranjero en los últimos años. Todo en el contexto de una ceremonia destinada a recordarles y ofrecerles un monumento. No se sabe muy bien por qué le salió del alma pedir perdón. Tanto es así que hasta un editorial de su periódico amigo, El País, se vio forzado a criticarle y recordar que la profesión militar exige correr ciertos riesgos.

Es complicado gestionar el dolor de quienes han perdido a un ser querido y las fuerzas armadas deben hacer cuanto esté en su mano para que sus bajas no caigan en un desgraciado olvido. Pero al mismo tiempo deben dejar bien claro de qué estamos hablando, qué se trata de homenajear. La reciente ceremonia por "los caídos por la paz" listaba 124 bajas sobre un único criterio: haber fallecido fuera de España. Las otras circunstancias se dejaban al margen. Daba igual un fallecimiento por infarto, esto es, por muerte natural, que por un accidente de tráfico, que por un disparo fortuito de un compañero, que por estrellarse el avión o el helicóptero que los transportaba, o caer bajo el fuego de un enemigo. Parece que todo vale igual.

Es indiscutible que los fallecidos en accidente (y ya es distinto en el cumplimiento de una misión, que camino de casa) se merecen un reconocimiento. Pues la muerte les salió al paso porque estaban realizando una misión en representación de España. No murieron por la Patria, pero sí en su nombre. Pero no es menos cierto que concederles los honores y condecoraciones de héroes no hace sino devaluar ese reconocimiento a quien tradicionalmente así se ha considerado. Un héroe es aquel que realiza una acción por encima del valor y el esfuerzo medio y consigue un bien para un tercero con su acción.

Alonso, al pedir perdón por el dolor, ha expresado muy bien la concepción zapateril de los ejércitos: una ONG más, pero con carácter bien estructurado y reforzada si llega el caso. Cayendo en el ritual burocrático de los honores debidos las propias fuerzas armadas, los compañeros de los caídos, devalúan el valor de sus acciones. Ambos casos simbolizan muy bien una concepción post-moderna de los ejércitos, una concepción post-heroica del uso de la fuerza.

Puede perfectamente seguir adelante el programa de modernización, ahora llamado de transformación, de la defensa. Pero a tenor de lo que se ve y se oye en unos y otros, cabe preguntarse legítimamente para qué.

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