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EDITORIAL

Rodríguez no controla la situación

Si la banda diera por concluida la pantomima del alto el fuego, si pronunciara en algún momento “11-M”, la posición del Gobierno, ya de por sí comprometida, se derrumbaría. Quizá ni la maquinaria mediática socialista sería capaz de sostenerle.

Desde aquí lo hemos advertido en más de una ocasión. José Luis Rodríguez Zapatero tiene una visión radical e ingenua de la política, y como quien mueve las piezas del ajedrez sobre un tablero, se ha embarcado en varias líneas de reforma o de cambio político que rompen con lo anterior, confiado en que su visión y sus deseos se impondrán sin mayores problemas. Ha realineado la posición de España alejándola de la democracia más antigua y acercándola a Castro, Chávez y Morales, algo que resulta revelador sobre cómo concibe la democracia. Ha iniciado un proceso neoestatutario que rompe las solidaridades básicas entre los españoles y fomenta el nacionalismo y el intervencionismo localista, y con ellos el odio y la creación de regímenes de poder sin alternativa, como ocurre en el País Vasco. Ha intentado reformar la familia y enfrentarse en lo posible con la Iglesia. Y ha iniciado una negociación política con la banda asesina ETA, que de estar contra las cuerdas política y judicialmente ha pasado a tener al Estado de Derecho humillado y arrastrado a su servicio. El presidente Rodríguez, en una perversa combinación de estulticia y maldad sin límites, no ha considerado que todos esos pasos pueden tener consecuencias gravísimas e irreparables para España.
 
Pero la realidad es que quien negocia con los terroristas, necesariamente pierde. El Gobierno necesita jugar con la infundada esperanza de que este “alto el fuego permanente” será el último y que se dará fin a una actividad criminal que ha acabado con la vida de un millar de personas y que tiene a toda una sociedad, la vasca con sus libertades secuestradas. ETA, en su anuncio de tregua, no ha renunciado a uno solo de sus objetivos políticos, mientras que ha vuelto a insistir en que recurrirá al crimen si éstos no se cumplen. Por tanto, no es sino una renovación de su chantaje, éste sí permanente, aunque disfrazado por la banda asesina y por el Gobierno (y medios afines) como algo distinto.
 
El Gobierno de Rodríguez se ha manchado ya las manos cediendo ante los asesinos sometiendo en lo posible al sistema judicial para ponerlo al servicio de los objetivos políticos de ETA. Se las ha manchado abriendo una campaña de acoso contra quienes representan lo más noble de la sociedad española, las víctimas de ETA. Seguirá cediendo cuando legalice la banda terrorista para que se pueda presentar a las elecciones locales y no se resistirá ante la exigencia de un referéndum sobre la independencia del País Vasco. Es decir, Rodríguez ha cedido y seguirá cediendo ante los objetivos de la banda asesina.
 
Y esto es así porque el Gobierno ya no controla la situación; es ETA la que marca el camino y la que está al mando de la agenda política. No tenemos más que hacer recuento de las últimas horas. Otegi amenaza desde Méjico con quitarle a Rodríguez su principal argumento para volver a ganar en las urnas, el llamado “alto el fuego”, y el Gobierno ha reaccionado en primer tiempo de saludo, nada menos que yéndose al país vecino a pedir a la juez Le Vert que deje de servir a la justicia y que ceda ante los objetivos políticos de ETA y del Gobierno. No contento con humillar nuestro sistema judicial ante la banda asesina, Rodríguez da el paso de intentar hacer lo mismo en Francia. Una actuación tan vergonzosa proviene de que el Gobierno se ha rendido de antemano ante los pistoleros, porque apenas tiene con qué negociar. ETA mantiene intacta su posición y Rodríguez les ha entregado las autoridades españolas. Si la banda diera por concluida la pantomima del alto el fuego, si pronunciara en algún momento “11-M”, la posición del Gobierno, ya de por sí comprometida, se derrumbaría. Quizá ni la maquinaria mediática socialista sería capaz de sostenerle. Por ello no es Rodríquez quien tiene el mando de la situación, sino ETA. A este punto de humillación de los españoles nos ha traído.

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