Ojalá las dudas que aún mantiene Luis a propósito del equipo que debutará ante Ucrania dentro de diez días no sean más que el trago amargo que uno debe pasar antes de protagonizar un gran Mundial. Preferiría pensar que su permanente carrusel de cambios es sólo una táctica de distracción, un juego con el que entretenernos a los periodistas mientras que él, en la soledad de su habitación, recita de memoria y en voz alta el once titular que jugará el 14 de junio. La verdad es que, salvo el día en que hizo pública la lista definitiva de los veintitrés jugadores seleccionados, no he notado a Luis demasiado presionado, ni se le ha ido la olla como sí sucedió con otros antecesores suyos en el cargo.
Sin embargo, al igual que sucediera con José Antonio Camacho e Iñaki Sáez, el problema parece bastante similar: el seleccionador nacional no tiene claro con quienes jugará el partido clave (o sea, el primero) y, por lógica extensión, la impresión que nos transmite a todos es que tampoco está convencido de cómo le saldrá el invento. Es parecido al chiste aquel que contaban del piloto: un pasajero muy miedoso llama finalmente la atención de su compañero de asiento. Este último, bastante más tranquilo y mucho más viajado que el anterior, intenta tranquilizarle explicándole que, por muy nervioso que se ponga en el momento del despegue, todos tenemos escrita nuestra hora, a lo que el miedoso exclama: "¡Pues como sea el día del piloto lo tenemos claro!". El futuro de España depende del día que tenga nuestro piloto.
Hablo con Miguel Ángel Muñoz y me explica que en el partido amistoso contra Croacia, el último antes de nuestro debut oficial, Luis volverá a introducir más cambios. Y añade lo siguiente: "con contundencia y seguridad defensiva se pueden ganar muchos partidos". ¡Olé, torero! Lo mejor será que nos pongamos todos a rezar de aquí al 14 de junio. Porque, sinceramente, no es lo mismo jugar con Albelda, Cesc y Senna en el centro del campo que hacerlo con Xavi y Xabi Alonso. Recemos, pues, para que Luis tenga su día porque si, como en el chiste del piloto, está escrito que él meta la pata, acabaremos estrellándonos todos los demás.