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Juan Carlos Girauta

El faraón

Como suele suceder con aquellos señoritos de apellido, oposiciones y pasado muy pero que muy de derechas, la preocupación principal del Faraón ha sido caerle bien a los progres

Antes de tomar plena conciencia de su naturaleza divina, el Faraón fue faraoncito. Presentaba los atributos que exigía el fundador de Alianza Popular, tan dado al error: tenía el apellido, tenía las oposiciones sacadas y era muy pero que muy de derechas. Un marciano, la juventud no era así.
 
Como si los años no hubieran pasado desde entonces, como si todos nos chupáramos el dedo, el Faraón aspira a que le siga siendo reconocida su supremacía sin discusión. Se ve de presidente del gobierno, qué le vamos a hacer, y el rey que no se despiste. Como suele suceder con aquellos señoritos de apellido, oposiciones y pasado muy pero que muy de derechas, la preocupación principal del Faraón ha sido caerle bien a los progres. El voto de derechas lo da por descontado: es la esclavitud institución muy cara a todo faraón.
 
Levanta zanjas, lee El País, escucha la Ser, revienta las manifestaciones que puedan contrariar al gobierno socialista, es halagado –ay– por Bosé el que abusó. En el abuso se identifican Don Diablo y el Faraón. Le entrega a una progre el departamento de cultura por los méritos culturales de la madre y asume sin titubeo la patraña de que esas cosas son para la izquierda. Así le va: acaba de financiar un taller de orgías.
 
Como buen Faraón, tiene una corte que se encerraría con él en la pirámide si hiciera falta, todos de lado y con las manos en posición de recibir. Se habla de un personaje cuyo trabajo consiste en ponerle la silla al Faraón, una silla propia que viaja con él, un trono. A punto de concentrarse en Colón los que él considera sus esclavos para rechazar la negociación con la ETA y exigir la verdad del 11-M, el Faraón ha pedido moderación, concepto que, en su sabiduría inescrutable, identifica con no remover el 11-M. Es decir, con dar por buena la obstrucción a las investigaciones, con correr un tupido velo sobre el festival de mentiras de la comisión parlamentaria, con ignorar el sembrado de pruebas falsas y el laberinto levantado alrededor del juez, con avalar los intentos de cierre en falso.
 
No concibe una derecha desacomplejada, libre, valiente, sin esclavizar. No imagina un mundo donde él no posea el derecho natural a mandar, antaño a golpe de apellido, oposiciones, ideas muy pero que muy de derechas y padrino; hogaño a fuerza de halagos, prebendas y agasajos al nuevo padrino, el héroe de los FAD, el campeón del monopolio, el jefe de la secta, en fin, el de “no hay cojones”. Cosas de faraones. Creo que me voy a censar en Madrid para poder no votar al Faraón.

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