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Aurelio Alonso Cortés

Paz o claudicación

Esta búsqueda de una “paz” ya pactada es la gran cruz que aún conllevan los populares echando una mano a Zapatero. Fundamentada en una supuesta tregua dentro de una guerra inexistente

Hace un par de semanas Zapatero calificaba de "no preventivo a todo" el dado por Rajoy al conocer el inicio de la negociación con los terroristas. Y profetizó que, no obstante, el PP “se sumará al diálogo”. No faltaba motivo para decirlo al presidente de la no-España que, en la práctica, viene siendo ayudando por la oposición a llevar las cruces que el mismo se crea. ¡Cuántas veces en su permanente viaje al centro... de la tierra, el PP ha terminado de cirineo, camino de un Gólgota que por paradoja espera a Zapatero, el gran maestre del laicismo!
 
Le han pagado con insultos y desprecios. El portavoz del PSE en el Parlamento vasco se declara "asqueado" de un PP que representa "lo peor de la sociedad". Y Pepiño Blanco –ese que mira con tanta frecuencia a los ojos– intenta ningunearle: "Si no quieren acompañarnos, que lo digan”. ¿Por qué seguir entonces de Simón de Cirene? ¿Será por el “que dirán” el millón de indecisos supuestamente centristas? ¿Por qué no se plantea el coste de decepción de sus nueve millones de votantes? No sigan en la ambigüedad. Lo de marcar líneas rojas, además de simple metáfora del cine bélico, no es legal. El límite está en la Ley de Partidos y en el Código Penal que son ignorados.
 
Aún hace quince días seguía con sus dudas peripatéticas. “Yo le di mi apoyo –dijo Rajoy en Málaga– para constatar la decisión irreversible de ETA de dejar las armas ... pero no se le puede dar apoyo en ningún caso para negociar con ella". “No le apoyo si el presidente del Gobierno va a tener esta reunión con Batasuna y si no rectifica su política antiterrorista". Y eso, así dicho, es condicional y no terminante como debiera. Todavía el PP sigue sin percibir –o si lo percibe sería peor– que el pacto con los terroristas es anterior al encuentro de Carod en Perpiñán, cuya primera etapa fue la aprobación del Estatuto y la última será, si el PP no lo remedia, la escisión del País Vasco más Navarra.
 
Esta búsqueda de una “paz” ya pactada es la gran cruz que aún conllevan los populares echando una mano a Zapatero. Fundamentada en una supuesta tregua dentro de una guerra inexistente. ¿No estaban los etarras arrinconados contra las cuerdas por el Pacto de Estado por las Libertades y contra el Terrorismo suscrito por PP y PSOE y que éste ha quebrantado? Ya lo dijo Clausewitz: “la paz sin derrota es claudicación”.
 
Es delirante sostener que haya solución política. Hace cosa de un mes lo reconocía el mismísimo Rubalcaba. Y lo acreditó el comunicado de los encapuchados con chapela a través de Gara, que condicionaba el “dejarnos en paz” a la aceptación de las viejas demandas de autodeterminación vasca y anexión de Navarra. ¿Debe el PP participar en tan seguro fracaso de lo imposible para atender el “que dirán” aquellos ciudadanos, despreciables, que anteponen su egoísta confort al concepto de patria común e indivisible?
 
Con estos compromisos, dimes y diretes sobre la supuesta paz y verificaciones, cuando la mentira crece como la mala hierba, los gubernamentales mantrienen distraído al personal. Mientras se agrava la cuestión realmente esencial y aún solucionable que consiste en evitar que se modifique la unidad secular de España. Ya nos han endilgado la secesión vía estatutos catalán y andaluz. El inquilino accidental de La Moncloa burla así al primer partido de la oposición. Unas veces apoyándose en la mayoría nacionalsocialista del Tinell a la voz de “todos contra el PP”. Otras enfrentándole al dilema de “o compartes la cruz conmigo o te enfrento a la opinión pública”; de ello se encargará “producciones Rubalcaba”.
 
No cargue Rajoy tampoco con otras cruces del PSOE. Parece –sólo parece– haber rehusado la de la inmigración en el pasado Debate sobre el estado de la Nación. Y que va a plantear una estrategia de respuesta más contundente a este otro problema irresoluble con calvario asegurado desde la última regularización masiva. En África, Hispanoamérica y los países del este europeo perciben, a través de las avanzadillas de “exploradores” dotadas de móvil, que en España todo es posible y hay “trabajo” lícito o ilícito y duradero.
 
A cada Gobierno le corresponde resolver sus problemas, al menos los que él mismo crea. Ya lo dice el refranero:“Para lo que sólo tu debes, ayuda no pidas ni esperes”.De olvidarlo el PP puede terminar crucificado en el lugar que se ha ganado a pulso Zapatero, el presidente del “como sea”. ¿De quién será la culpa del fracaso? Está claro. Del PP o de Aznar, como siempre. Tanto si los problemas se resuelven como si no.

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