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EDITORIAL

El Estatuto de la violencia

El domingo se blandirá el brindis como nuevo argumento victimista de “Cataluña”, a la que los nacionalistas identifican con ellos mismos, y con el bodrio jurídico que han impuesto como Estatuto.

Este domingo llega a su culminación una campaña que no tiene precedentes en la democracia española. En ella ha aflorado el verdadero ser totalitario del nacionalismo, también en Cataluña. Siempre se dijo que los nacionalistas catalanes no eran como los vascos, que eran más razonables y renunciaban a la violencia que, por el contrario, forma parte del argumentario político del nacionalismo vasco. Pero lo que hemos podido comprobar no es eso. Es tan totalitario el uno como el otro, pero en Cataluña se ha tramado una red institucional y mediática que ha logrado, hasta el momento, expulsar del debate político cualquier voz discrepante. En cuanto ha aparecido, los nacionalistas han enviado a sus cachorros a dejar claro, por medio de la violencia, qué discurso está permitido y cuál está prohibido, todo ello amparado por una administración autonómica que ha tomado la decisión política de mirar a otro lado. La violencia es la esencia del nacionalismo. Es la culminación lógica, práctica, del discurso de enfrentamiento “nosotros-ellos”.
 
Se somete a voto el Estatuto de Cataluña, pero en realidad ese texto infame ha estado ausente del debate. No porque no se haya pronunciado una y otra vez la palabra “Estatuto”, sino porque su contenido no ha sido explicado a los catalanes ni al resto de españoles, ni se ha debatido. Por el contrario, desde los partidos nacionalistas en el poder y en la oposición se ha desviado la mirada hacia la victimización de Cataluña con el PP como enemigo público número uno. O a la estigmatización (en ocasiones creando heridas reales) de Ciudadanos de Cataluña como nuevo enemigo de ese ente monolítico en que se convierte Cataluña en boca de los nacionalistas.
 
Este sábado asistimos a un nuevo esfuerzo para desviar la atención del texto que se somete a votación. La atención se lleva a otro lugar para que sea pasto de los discursos incendiarios de los nacionalistas. Un general del Ejército brinda en público, en un acto castrense, por la unidad de España. Un gesto normal y plausible, ya que una de las misiones del Ejército es cumplir y hacer cumplir la Constitución, también en este punto. Varios dirigentes del PSOE abandonaron el acto con cajas destempladas. Es lógico que se escandalicen porque un militar brinde por un mandato de nuestra Constitución, cuando los objetivos políticos de ellos apuntan a su liquidación. Este acto de sinceridad anticonstitucional de los socialistas, no obstante, no tuvo eco. El JEME, con la colaboración de la agencia EFE, se encargó de que, horas después, las palabras del general Alfredo Pardo de Santayana tuvieran la repercusión mediática adecuada. El domingo se blandirá el brindis como nuevo argumento victimista de “Cataluña”, a la que los nacionalistas identifican con ellos mismos, y con el bodrio jurídico que han impuesto como Estatuto.
 
Gabriel Cisneros, uno de los padres de la Constitución, ha declarado, no sin amargura, que “después de que el Estatuto catalán aparezca publicado en el BOE podremos decir: Constitución española, 1978-2006”. No sólo es eso. El nuevo texto estatutario es el triunfo del nacionalismo en Cataluña. La imposición, por la violencia, de un modelo en el que los discrepantes no tienen lugar. Un régimen en el que se legisla sobre los aspectos  más íntimos de la vida, como la elección de un idioma o el uso del tiempo libre. Cuando los actos cotidianos se convierten en ilegales, se criminaliza a una gran parte de la sociedad, con lo cual se le controla mejor. Ya ha ocurrido en Europa más de una vez. Si bien este domingo se decidirá el grado de aceptación por parte del pueblo catalán de un texto con tintes totalitarios, el devenir que le suceda dependerá de la capacidad de una parte de la sociedad para no ceder, y luchar por sus derechos, que son también los de los demás.

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