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Jorge Vilches

Naciones imaginadas

El problema es que esa invención ha matado a casi mil personas y que se toma como si fuera un "conflicto político" lo que no es más que el agarradero patológico de unos asesinos.

Ahora que ETA ha confirmado lo que ya era un secreto a voces –la existencia de compromisos entre el gobierno Zapatero y los terroristas–, cabe preguntarse qué representan cada uno de los negociadores. Está claro a quién representan los hombres designados por el gobierno: a la nación española, nos guste o no. Pero, ¿y los terroristas?

Los etarras dicen en su comunicado que hablan en nombre del "pueblo vasco". Su objetivo es que "Euskal Herria" pueda "recuperar su territorialidad y la responsabilidad plena sobre su soberanía". Las "raíces del conflicto" están, dice el texto, no en el nacimiento de ETA ni en el "alzamiento fascista" de 1936; sino en la opresión de un indefinido "más poderoso", que ha "aniquilado" al "menos poderoso". Tal vaguedad de los etarras en la argumentación histórica del "conflicto" ni siquiera llega a la tesis peneuvista de ver a los carlistas del XIX como nacionalistas vascos.

La razón es que estamos ante un tradición inventada, una nación imaginada sin ninguna apoyatura histórica. Esa invención ha pasado, gracias a la Transición y al Estado de las Autonomías, por un proceso político de formalización de ritos, creando de la nada costumbres y derechos. Se ha aceptado sin discusión, y como norma general, que es real todo aquello que parte de una emoción o un sentimiento. Esto es lo que diferencia a España de Francia: los franceses no creen que la invención vasca sea realidad.

Todas las ideologías inventan una tradición, como escribió el historiador George L. Mosse; y es su institucionalización la que la traduce en una realidad. Y si ha tenido éxito es porque interpretaban, con una intencionalidad política, costumbres o rasgos ya arraigados. Los nacionalismos lingüísticos españoles son buena prueba de esto. Han convertido la lengua en la clave de bóveda de todo su ideario excluyente, cuando, en realidad, no hay nada más mestizo y variable que un idioma occidental.

Las naciones imaginadas, como aquella del "linaje de Aitor" que también describió Jon Joaristi, se chocan en la España contemporánea. Pero no está de más recordar que son incompatibles la nación española y las naciones periféricas. Aquí se renunció a sostener la tradición española en aras de un mal entendido antifranquismo. El régimen de Franco se apropió de los símbolos nacionales, en una expropiación espuria, cuyos males seguimos padeciendo hoy. El repudio al "régimen anterior" favoreció la institucionalización de las naciones imaginadas.

Pero, ¿y si se concluyese que todo es pura invención? ¿Que una banda de asesinos no puede hablar en nombre del "pueblo vasco"? ¿Que esa tradición inventada de "Euskal Herria independiente y soberana" ha engendrado a ese grupo terrorista? ¿Que el Estado español no puede hacer concesiones políticas a unos violentos que sostienen como cierta una realidad imaginada? El problema es que esa invención ha matado a casi mil personas y que se toma como si fuera un "conflicto político" lo que no es más que el agarradero patológico de unos asesinos. Y lo triste es que donde debería haber persecución policial y judicial, hay compromisos políticos y aspiraciones electorales.

En España

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