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Saúl Pérez Lozano

La hipocresía internacional

En nombre de la solidaridad internacional, la presidenta Bachelet gime para que ''no se demonice'' a Chávez. No se trata, señora Bachelet, de satanizar a su ''héroe'' caribeño: sólo queremos vivir en democracia como usted.

De muchos defectos adolecen los venezolanos, pero muchas son también las virtudes. Con determinación y coraje levantamos nuestras voces mientras disfrutábamos con todo lo imperfectible que pudo ser nuestra democracia durante 40 años, para dar aliento y cobijo a españoles que huían del franquismo, a centroamericanos y caribeños que evadían las satrapías trujillista, somocista, batistiana –y aún evaden la fidelista–, peronista y militaristas argentinas, militaristas brasileñas, velasquistas en Perú, militaristas en Uruguay y pinochetista.

No es que los perseguidos de ayer tengan que venir a nuestro rescate, a liberarnos del neoimperialismo de Hugo I, producto del voto irracional, pero da vergüenza cómo países, hoy demócratas, se obnubilan ante la lisonjería del autócrata que nada en negro petróleo y flota en balsas de dólares que no son suyos, mientras un puñado de cabilderos, intelectuales y políticos mercenarios responde obsecuente ante una groseramente multimillonaria campaña propagandística. Son los que callan nuestras penurias mientras se establece un Estado degradado como ya lo sufrieron millones de europeos bajo las botas nazis y estalinistas y aún sufren los cubanos sometidos por el puño senil de Castro.

En nombre de la solidaridad internacional, la presidenta Bachelet gime para que ''no se demonice'' a Chávez. No se trata, señora Bachelet, de satanizar a su ''héroe'' caribeño: sólo queremos vivir en democracia como usted, que se le haga justicia a los asesinados por ''su'' heroico régimen. De nuevo abren las ergástulas a los presos políticos, intentan lavar el cerebro de nuestros hijos loando a un asesino como el Che Guevara.

En el neoimperialismo chavista, señora Bachelet, se ha asesinado a inocentes a sangre fría, mientras liberan a asesinos por los hechos del 11 de abril del 2002. Su ''héroe'' viola la autonomía universitaria y hostiga a los medios de comunicación social, pero más aberrante aún son las listas de corte fascista que son utilizadas contra empleados del gobierno o para negar becas a estudiantes opositores.

La hipocresía en las instancias internacionales es irresponsable y bufonesca, como el que Cuba integre el Consejo de Derechos Humanos (¿?) de la ONU; que los cancilleres de Brasil y Argentina, que ya probaron en Mercosur la cicuta de Hugo I, se solidaricen automáticamente en apoyo de Venezuela, violadora de los derechos humanos, para que ocupe un puesto del Consejo de Seguridad de la ONU; noble el golpe que Chávez dio a sus amigos Lula y Kichner cuando actuó a sus espaldas, sin previo aviso, para espolear el nacionalismo de Evo Morales contra intereses brasileños-argentinos y españoles, cuyo embajador, Modoro de apellido, se indigna porque a Chávez no se le comprende.

Insulza, chileno como usted, que ignora los lapidarios informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra Hugo I, pero jugando al gato y el ratón exterioriza su hipocresía cuando instaló la Asamblea de la OEA en Santo Domingo, se refirió, sin nombrarlo, a ''la retórica inflamada'' de Hugo I.

A Latinoamérica la esperan muchas amarguras y perturbaciones por culpa del celestinaje diplomático. Razón tenía lord Palmerston en su axioma: “Inglaterra no tiene amigos ni enemigos. Sólo intereses permanentes”.

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