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Victor D. Hanson

Sócrates sobre la inmigración ilegal

Pocos han criticado la inmigración ilegal únicamente porque millones, con impunidad, han hecho mofa de la ley: los extranjeros, sus patronos y los funcionarios que miran a otro lado. Sin embargo, es exactamente eso lo que haría Sócrates.

Después de que Sócrates fuera procesado por un tribunal bajo acusaciones cuestionables, sus amigos planearon sacarle de la cárcel de Atenas por la fuerza. Pero el filósofo rehusó huir. En lugar de eso, insistió en que un ciudadano que vive en una sociedad consensuada no debe seleccionar y elegir las leyes que encuentre conveniente obedecer. El cumplimiento selectivo, advertía Sócrates, mina la integridad moral del sistema legal entero, garantizando la anarquía. Y por tanto, como nos dice Platón, el filósofo aceptó la condena a la pena capital del tribunal y bebió el mortal brebaje.

La lección final de Sócrates acerca de lo sagrado de la ley es instructiva ahora en nuestro presente debate acerca de la inmigración ilegal. Además de que va contra la ley, hay, por supuesto, muchas objeciones a la inmigración ilegal: los trabajadores ilegales minan los salarios de nuestros propios conciudadanos que son trabajadores sin cualificar. Los contratistas que dependen de mano de obra importada encuentran un argumento común con los chauvinistas étnicos; ambos explotan un sector de la población grande, vulnerable y sin asimilar. Y los analistas de seguridad nos advierten que es una locura dejar abierta una frontera de 2.000 millas en un momento en el que terroristas planean infiltrarse para matarnos.

Pero pocos han criticado la inmigración ilegal únicamente porque millones, con impunidad, han hecho mofa de la ley: los extranjeros, sus patronos y los funcionarios que miran a otro lado. Sin embargo, es exactamente eso lo que haría Sócrates, quien también señalaría nuestra hipocresía.

El extranjero procedente de México elige qué leyes americanas juzga convenientes. Quiere que nuestra policía de fronteras le deje en paz - hasta que se pierde en el desierto o es atacado por ladrones. El patrono espera que las leyes de fronteras sean implementadas con el fin de mantener a los vagabundos fuera de sus propiedades, pero a continuación asume que la misma policía vigilante ignorará el estatus de ilegal de su mano de obra barata. Y el consistorio municipal que ordena a sus policías no entregar a los extranjeros ilegales detenidos a la policía de fronteras, ¿permite de igual manera a los habitantes de la ciudad ignorar sus impuestos municipales?

Cuando miles conducen coches sin matrículas obligatorias del estado o seguro del automóvil, ¿por qué deben molestarse otros conductores en comprarlos? Si la policía hace parar a los motoristas y no comprueba el estatus legal de los extranjeros, ¿por qué comprobar las órdenes de búsqueda pendientes de sus ciudadanos?

Ignorar la ley no es solamente hipócrita y anárquico; también genera cinismo. Recientemente, escuchaba a unos amigos relatando que el gobierno había procesado a unos cuantos inmigrantes hindúes bajo cargos de montar matrimonios de conveniencia para lograr la ciudadanía. Mis amigos, medio en broma, se preguntaban porqué los culpables simplemente no habían volado hasta México e intentado cruzar ilegalmente la frontera.

De modo que, además de por el dinero a amasar a ambos lados de la frontera, ¿por qué ignoramos las leyes de inmigración? ¿Son las leyes erróneas y crueles, e incluso si lo son, sería moral ignorarlas? Las respuestas son no y no.

Emplear trabajadores ilegales reduce los salarios de los pobres. Cortar por lo sano en el problema de la inmigración es injusto para los inmigrantes que llevan años esperando para entrar legalmente en América. México quiere el dinero procedente de los extranjeros para tapar sus fracasos en casa, pero le importa poco el modo en el que tales partidas monetarias lastran a los pobres asalariados mexicanos en el extranjero. En otras palabras, romper la ley de inmigración realmente no es desobediencia civil sino, típicamente, una expresión de egoísmo cínico por parte de trabajadores, patronos y funcionarios del gobierno.

No obstante, lo que distingue a Estados Unidos de las naciones de Oriente Medio, África y sí, México, es lo sagrado de nuestro sistema legal. El paisaje de México puede ser indistinguible del horizonte a lo largo de la frontera de Estados Unidos. Pero en lo que respecta a la ley, entre nosotros hay un Gran Cañón.

Solamente a un lado de la frontera se tiene derecho a la sagrada propiedad privada, la policía es responsable de sus actos y las actividades bancarias se realizan de manera transparente. La contratación pública en América se basa en el servicio civil a la ley y los jueces son autónomos. Y el público norteamericano tiene derecho legal a investigar e incluso denunciar a su gobierno. Ese bloque de legalidad ayuda a explicar todo, desde porqué es más seguro beber agua en San Diego que en Tijuana, hasta porqué un trabajador gana doce dólares la hora en Fresno pero menos de un dólar en Oaxaca.

Aún así, como nación, elegimos ignorar nuestras leyes cruciales de soberanía y ciudadanía, y todo el bloque del una vez insalvable sistema legal se vendrá abajo. Irónicamente, entonces pasaremos a no ser distintos de aquellas naciones cuyos ciudadanos huyen hoy hasta nuestras costas para escapar de las consecuencias de la falta de ley.

Ese temor es el motivo por el que Sócrates, hace 2400 años, nos enseñó que la violación deliberada del mandato de la ley habría sido para la Atenas antigua peor aún que perder a su mayor filósofo.

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