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Carlos Semprún Maura

Uno no se va, el otro no vuelve

Las cosas no van tan mal como pregona la izquierda y más aún la extrema izquierda (que ya tiene, creo, 124 candidatos para 2007) porque si se les escuchara podría creerse que la situación en Francia es peor que en Somalia.

Pese al Mundial, se perciben algunos comentarios y poses políticas, y es así como el presidente Chirac ha concedido una magna entrevista por televisión este lunes y su ex primer ministro, Lionel Jospin, va a hace lo mismo este miércoles. Pero que los hinchas jospinianos no se lamenten por no tener mi comentario, porque ha publicado una tribuna en Le Monde en la que lo dice todo, o sea, nada. Son las dos cabezas visibles de la nefasta cohabitación de hace pocos años, que los electores franceses tumbaron, poniendo a Le Pen en segunda posición en la primera vuelta de las presidenciales de 2002. Algo que todos fingen haber olvidado: los electores, hartos de Jospin y de Martine Aubry, votaron a Le Pen y a Chirac. Ambos han dicho: "soy el mejor". Pero Chirac, a la pregunta sobre si será candidato en 2007, respondió: "Si se lo preguntan responda que no sabe".

Jospin hace en Le Monde el retrato del candidato socialista ideal, que es un autorretrato, pero sin decir si va o no a romper su promesa de retirarse definitivamente de la vida política. Los motivos son obvios: después de su crisis de histeria glandular en directo y ante las masas, sólo puede volver si esas masas –o sea el PS–, se lo "exigen". Por ahora, algunas voces socialistas se lo piden, pero es poca cosa ante la apisonadora de Segolène Royal. Pero el deseo de Jospin es transparente: aquí estoy y os suplico, camaradas, que exijáis mi retorno. En cuanto a su "programa" –que es el del PS– es francamente siniestro. Se trata sencillamente de agravar todos los errores del pasado: aumento de impuestos, despilfarro de subvenciones improductivas a los amiguetes, renacionalizaciones, extensión autoritaria de las 35 horas, burocratización del mundo laboral, destrucción definitiva de la enseñanza, reforzamiento del capitalismo de estado, proteccionismo arancelario y... colapso anunciado de la economía.

Chirac no fue más audaz, ni más reformista. A la pregunta clave sobre si iba a cambiar de primer ministro y de gobierno, respondió furibundo: "¿Porqué voy a cambiar un gobierno que lo hace todo tan bien? El paro disminuye, la economía mejora, la seguridad ciudadana se fortalece, se construyen más casas que nunca, se va a reformar la Justicia"... Perdí la cuenta. Semejantes declaraciones no van a tranquilizar a los franceses, inquietos y malhumorados, ni frenar la impopularidad del gobierno, ni la rivalidad de sus ministros, aunque el presidente repartió generosamente medallitas de chocolate a todos ellos, sin olvidarse de Nicolas Sarkozy. Desde luego las cosas no van tan mal como pregona la izquierda y más aún la extrema izquierda (que ya tiene, creo, 124 candidatos para 2007) porque si se les escuchara podría creerse que la situación en Francia es peor que en Somalia: crisis abismal del estado y de las instituciones, guerracivilismo en la UMP, asesinatos furtivos entre diputados, ruina de la industria y de la economía en su conjunto, hambruna al acecho y lo que te rondaré, morena. La verdad es que, desde hace por lo menos treinta años, la clase política francesa intenta desesperadamente arruinar un país rico, sin haberlo logrado del todo, por ahora. Mientras tanto y como siempre, los franceses preparan sus vacaciones y yo, en cama, con gripe, sigo recibiendo consejos y ordenanzas municipales y estatales sanitarias para protegerme de la canícula. ¡Que más quisiera!

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