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Irak, el 11-M y el 7-J

El juez Del Olmo ha cerrado el sumario sin saber quién estaba detrás de los atentados y achacando a Irak la motivación de quienes perpetraron la masacre del 11-M. ¿Pero es creíble esto?

Independientemente de que uno se adscriba a alguna de las teorías que explicarían los ataques del 11-M, a saber, una trama negra que buscaba un golpe de estado y que supo manipular a unos pobres moritos; una colaboración inspiradora y logística de ETA con los islamistas; la generación autónoma y sin contacto exterior de terroristas islámicos; o un plan diseñado y ordenado por Al Qaeda, la verdad es que ni la investigación parlamentaria ni la judicial han querido, podido o sabido aclarar la cuestión de lo de los cerebros detrás de la peor masacre de la historia de España.

Hay que decir también que en el caso londinense, de los atentados del 7 de julio del año pasado, la cosa no ha ido mucho mejor. Apenas recién concluida la investigación por parte del ministerio de Interior en la que se decía que no había conexión alguna entre los terroristas británicos y Al Qaeda, se acaba de conocer la existencia de un personaje afgano que sirvió de nexo y de facilitador de viajes y contactos con los responsables operativos de Al Qaeda en Afganistán.

En el caso español, el juez Del Olmo ha cerrado el sumario sin saber quién estaba detrás de los atentados y achacando a Irak la motivación de quienes perpetraron la masacre del 11-M. ¿Pero es creíble esto? Sigue la estela de lo estudiado a su vez en Londres, donde inicialmente todo apuntó a una venganza por la intervención en Irak, teoría que se ha ido viniendo a bajo con cada nuevo descubrimiento. Allí los terroristas suicidas nunca dijeron que Irak fuera su causa. Al contrario, pusieron otra serie de cuestiones como la agresión al Islam, que ellos creían global, y la perversión de occidente, que veían corruptora, como razones más que suficientes para matar.

En el caso español, los terroristas usaron Irak como una referencia más. También mencionaron la necesidad, por ejemplo, de retirarse de Afganistán, lo que les une invariablemente a la ideología de los suicidas británicos. No es el Reino Unido o España lo que combaten, es Occidente mismo porque así pretenden purificar y salvar al Islam.

En segundo lugar, si bien los autores no se ciñeron a Irak como razón última de sus macabros actos, es más que discutible que la intervención en Irak fuera el detonante de su radicalización. Según todas las encuestas realizadas en diversos países y por diversas fuentes, el apoyo a Bin Laden, por ejemplo, se mantiene relativamente constante independientemente de los avatares de la política y las guerras. De hecho, parece que ha disminuido significativamente en el mundo musulmán: del 24% en 2001 a algo menos del 15% el año pasado. Igualmente, aunque es verdad que más del 80% de los encuestados musulmanes rechaza la ocupación de Irak (siempre que sean musulmanes no iraquíes), otro tanto similar rechazó en su día la intervención en Afganistán.

En realidad, la causa última del terrorismo islámico producido por residentes en Europa es muy sencilla. De su falta de integración y de su rechazo voluntario a integrarse en una sociedad que condenan por inmoral nace un sentimiento de diferenciación que es, precisamente el que alimenta el islamismo radical: los buenos musulmanes tienen que ser diferentes de los infieles. Y esa diferenciación se torna en odio y de éste se pasa a querer llevar la jihad adelante, incluido su martirio asesino. No es lo que hacemos, sino lo que los radicales y extremistas hacen con los musulmanes en sus mezquitas, legales o no, lo que alimenta la mente del terrorista. Si no hubiera existido la intervención en Irak, habrían dado con otra excusa.

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