A poco que nos esforcemos, volveremos a ser subversivos. Y digo volveremos, porque los que vivimos bajo la dictadura e hicimos alguna cosilla que desagradara al Régimen, ya lo fuimos. Acaba de resucitar la cantinela de la subversión, y no por boca de algún fantasma del franquismo redivivo, sino por obra y gracia de la vicepresidenta. Y si se la aplica a un tipo moderado como Rajoy, cuanto más la mereceremos los elementos incontrolados que escribimos o actuamos contra el gobierno. Pero no voy a ser yo quien lamente entrar de nuevo en esa categoría. Sobre todo si la alternativa es inclinar la cerviz, por siempre jamás, a la voluntad de la mayoría. Dice la vicepresidenta que ése es el valor supremo de la democracia. Y no hace falta leer a Tocqueville ni estudiar a Montesquieu para desmentirlo. Basta conocer los resultados de las elecciones alemanes de 1932 y 1933. El tal valor supremo encumbró a los nazis al poder, y ya éstos se encargaron de eliminar los demás valores democráticos, y con ellos,
a los demás, es decir, a los oponentes. Qué tentador, ¿verdad?
Aunque lo que debe explicar De la Vega es de qué mayoría está hablando. ¿De la que sale en las encuestas con las que se intenta legitimar las cesiones a ETA? ¿De la mayoría parlamentaria? La cúpula socialista que alentó la revuelta contra el gobierno anterior no es precisamente un ejemplo de respeto al valor supremo. El PSOE de Zapatero hizo lo posible y hasta lo increíble para desgastar, deslegitimar y derribar al gobierno de Aznar, que disponía de mayoría, y absoluta. De hecho, si la democracia fuera lo que dice De la Vega, y lo que creen otros ministros y ministras, la oposición siempre sería subversiva. Claro que de eso se trata. Y por ello se pretende colocar extramuros, de momento retóricamente, luego ya veremos, a todos los que levanten la voz contra la otra operación. Ésa que consiste en acoger amorosamente en el seno de la ley a esos hombres y mujeres de paz que han impuesto la dictadura del terror. Unos salen y otros entran.
Hay que reconocer que nos han dado dos opciones: la subversión o la insumisión. Bueno, tres, la mansedumbre. Que es el modo de que formemos parte de la España dormida y beatífica que Galdós describe en "La de Bringas". Ésa que "se goza en ser juguete de los sucesos y en nada se mete con tal que la dejen comer tranquila"; que "vive de la ilusión del presente mirando al cielo, con una vara florecida en la mano"; "que se somete a todo el que la quiera mandar, venga de donde viniera, y profesa el socialismo manso"; la misma "que no entiende de ideas ni de acción, ni de nada que no sea soñar y digerir". Y quieren que, al igual que el Manuel María José Pez de aquella ficción y el Rodríguez Zapatero de ésta, nos convirtamos al "ateísmo de los principios y la fe de los hechos consumados". Que ésas y no otras son las convicciones del presidente. Las que le hacen ser sumiso ante los terroristas e implacable con todo y todos los que se interponen en ese camino de servidumbre, incluidos los socialistas decentes.
En fin, no hay por qué extrañarse de que Zetapé no quisiera asistir a la misa oficiada por el Papa en Valencia. La genuflexión es un gesto que conviene administrar. Y él sólo se arrodilla ante la ETA.