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Enrique Dans

Entre zorros y multas

mientras Microsoft espera, malhumorada detrás del volante, a que el guardia termine de ponerle la enésima multa, un zorrito mira con cara burlona desde la distancia

Llevamos ya cierto tiempo comentándolo… hay un navegador llamado Firefox, desarrollado por una fundación sin ánimo de lucro que recogió en su momento el testigo tecnológico de la maltrecha Netscape y que muestra un simpático panda rojo con aspecto de zorrito llameante en su logotipo, que no para de crecer. De hecho, en un mercado en el que el todopoderoso Explorer de Microsoft ostentaba hace no mucho tiempo uno de esos monopolios de facto del noventa y tantos por ciento tan característicos de la compañía, el simpático zorrito se ha apoderado ya de cuotas que van desde el 15% en los Estados Unidos al 20% en Italia, el 25% en Australia o el 40% en Alemania, por poner sólo algunos ejemplos. Y es que Firefox es, hoy en día, una opción mejor, más rápida, más cómoda y más segura que el Explorer de Microsoft. En el otro lado del cuadrilátero, además de unas pocas pero muy interesantes opciones minoritarias, está una Microsoft cuyo producto proviene del siglo pasado, no ha variado desde hace muchísimo tiempo, carece de la velocidad y de muchas de las prestaciones que adornan a su competidor, y que ha obligado a la empresa, en respuesta a la creciente pujanza de Firefox, a adelantar al público versiones beta de la versión 7 del navegador, en un intento de contener la hemorragia de cuota de mercado. Una versión 7 que, al desvelarse, ha sido vista por la mayor parte de los críticos como una copia idéntica de muchas de las prestaciones del citado Firefox y que intenta incorporar, incluso, una plataforma de colaboración para que otras empresas o programadores individuales puedan diseñar extensiones o añadidos al programa, una de las principales ventajas de y señas de identidad de Firefox y, por ende, de todo el mundo del software libre. Pero la lucha no será sencilla: mientras Microsoft se afana en terminar de lanzar la versión 7 de su navegador, Firefox ya tiene prácticamente ultimada su versión 2, más estable, cómoda y rápida que la anterior. En este mercado en el que Microsoft fue capaz de mantener un mismo navegador durante tantos años, ya nadie osa quedarse quieto.  

¿Por qué tanta molestia por un simple navegador? En primer lugar, porque el navegador se está convirtiendo en una especie de interfaz universal: cada día más eventos en la vida de un usuario ocurren, precisamente, a través de un navegador. Hoy en día, un usuario puede arrancar su navegador por la mañana, y usarlo para tareas tan dispares como leer contenidos, escribir un texto convenientemente maquetado, hacer cálculos en una hoja electrónica, consultar la agenda, ver las fotos de la familia, o prácticamente lo que se le ocurra. El navegador es una ventana abierta al mundo, el programa que detenta cada vez una cuota mayor de tiempo de usuario en un número cada día más creciente de ordenadores. Y como tal, en la óptica de algunos, podría ser la forma de dominar lo que ocurre entre el usuario y los sitios por los que se mueve en la web. Una de las cosas que se entrevén, de hecho, en las demostraciones probadas hasta el momento del nuevo Vista, el tan esperado sistema operativo de Microsoft, es que podría, en conjunción con el navegador, ofrecer un sistema de desarrollo nuevo a los propietarios de páginas web, de manera que un usuario provisto del sistema operativo de la empresa y accediendo a una página a través de su navegador podría obtener una experiencia de interacción diferente, más rica, redefinida en sus estándares por la empresa de Redmond. En el fondo, nada nuevo: la propia Microsoft, hace unos años, se jugó la carta de utilizar su navegador para romper la homogeneidad de estándares y, basándose en su potente cuota de mercado, redefinirlos y hacer que muchos administradores de sitios web tuviesen que diseñar sus páginas específicamente para el Explorer de Microsoft, lo cual provocaba, además, que dichas páginas no se visualizasen correctamente en navegadores de la competencia. 

Esa pasión por redefinir los estándares a su antojo basándose en la fuerza de su monopolio, para construir así un lock-in, algo que ate al usuario a la compañía, es lo que está, en gran medida detrás de la fastuosa multa que la Comisión Europea acaba de imponer a la empresa norteamericana: doscientos ochenta millones de euros por comportamiento anticompetitivo para empezar a hablar, y la amenaza de continuar con una multa diaria de tres millones de euros a partir del próximo 31 de Julio si no se adoptan medidas correctoras. Todo ello por negarse a abrir sus códigos de manera que otras empresas puedan desarrollar programas que trabajen de manera satisfactoria con su ubicuo Windows.

¿Injusto? La empresa, evidentemente, dice que sí, y anuncia que apelará la decisión. Pero en el horizonte, y a la vista de algunas de las novedades que parecen anunciar productos como Vista y Explorer, puede estar el anuncio de que la empresa de Redmond dista mucho, muchísimo de tener propósito de enmienda alguno de cara a su comportamiento futuro. Y así, mientras Microsoft espera, malhumorada detrás del volante, a que el guardia termine de ponerle la enésima multa, un zorrito mira con cara burlona desde la distancia. Para los de su especie, las multas, simplemente, no tienen sentido…

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